La patria de Oswaldo Reynoso

Presentamos un comentario sobre En busca de la sonrisa encontrada (Cascachuesos, 2012) el último e inclasificable libro del reconocido escritor peruano. Como dijera el mismo autor no es novela, tampoco cuentos ni memorias.


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Por Jack Martínez Arias*

Oswaldo Reynoso (Arequipa, 1931) no necesita mayor presentación. Desde la aparición de Los inocentes (1961), hace ya cinco décadas, su nombre es imprescindible en cualquier recuento de nuestra historia literaria. Ahora, con ochentaiún años, el escritor acaba de publicar En busca de la sonrisa encontrada (Cascahuesos, 2012). Se trata de un conjunto de textos breves que pueden ser memorias, relatos, o crónicas de viajes (a estas alturas, dice él mismo, ya no tiene el tiempo ni las ganas de escribir una «gran» novela).

Sin embargo no se trata de un conjunto de textos reunidos de manera aleatoria. Todos están ambientados en el Perú (en la capital y, sobre todo, en el interior). Además, el protagonista que relata las anécdotas puede confundirse tranquilamente con el propio autor (se trata de un viejo profesor y escritor que recorre el país ofreciendo conferencias o participando como invitado en ferias de libros nacionales).

A diferencia de libro anterior (El goce de la piel (2005), donde ya había ensayado una estructura formal parecida), En busca de la sonrisa encontrada hace explícito uno de los temas principales que ha recorrido toda la obra de Reynoso. Me refiero a la admiración que el narrador profesa hacia lo que él considera la clase proletaria; y específicamente, a la admiración que siente por los jóvenes pobres de nuestro país, en quienes reconoce, como veremos a continuación, una especie de belleza ancestral:

«y entonces descubrí que su sonrisa y el resplandor de su mirada venían también de una milenaria cultura refinada que no solo había dejado huellas en su cerámica, en sus tejidos, o en sus monumentos de piedra o de barro, sino también en la belleza de los rostros de los muchachos pobres, indios, mestizos, selváticos, o afroperuanos de mi patria…» (22).

Reynoso, de esta manera, con la autoridad de quien ha recorrido gran parte de nuestro territorio, no solo habla de una oposición entre indios y criollos, como se ha hecho común en nuestra literatura y en nuestra política, sino que introduce también a los «selváticos» y «afroperuanos». Y todos estos jóvenes, enfatiza el narrador en una decena de ocasiones a lo largo del libro, «son el verdadero rostro de mi país». Estamos, entonces, frente a una obra que busca cierta reivindicación de las clases populares históricamente relegadas. Sin embargo, en esta búsqueda, Reynoso parece haber perdido de vista el lado literario. Su lenguaje, como siempre, es impecable. Pero el contenido de las historias cae en constantes repeticiones. Y éstas son tantas que el libro, casi de inmediato, se vuelve predecible.

En busca de la sonrisa encontrada, entonces, denuncia claramente ciertos aspectos de una sociedad que el narrador considera hipócrita y de marcado espíritu colonial: 

«En mi adolescencia (…) nuestros rostros blancos o casi blancos, nuestros ojos claros o de gato, nuestro cabello castaño o rubio (…) y, sobre todo, nuestros apellidos españoles o ingleses, encajaban perfectamente en la norma de personas decentes que imperaba en la ciudad. Y la joven de nuestros anhelos, tenía que ser alta, blanca, rubia de ojos celestes. De lo contrario, nadie podía enamorarse de una chola o india con apellido quechua o aimara» (72). 

De esta manera, el narrador se dirige al lector sin rodeos, y establece la problemática que, desde su punto de vista, es la que ha fragmentado a nuestro país. La discriminación, la intolerancia o el no reconocernos como iguales es, para él, una de las causas de nuestro fracaso en el proceso de constituirnos como nación. Reynoso (como otros pensadores peruanos), considera que el desarrollo de nuestra cultura milenaria «fue fracturada por la Conquista», y que aún no terminamos de superar ese trauma histórico.

Estos temas, así como otros de la misma línea, ya han sido desarrollados en la obra previa de nuestro escritor. Reynoso es consciente de esto. En más de una conversación ha dicho que todos los libros que ha escrito y todos los que escribirá, no son más que partes de un solo gran libro, el libro de su vida y sus ideales. Sin embargo, mientras que en las entregas anteriores el aspecto estético ha sido puesto en primer plano, no sucede lo mismo con esta flamante publicación. 

*Jack Martínez Arias es periodista cultural y crítico literario. Edita la revista El Hablador y sigue el doctorado en Literaturas y culturas Latinoamericanas en Northwestern University, USA.


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