Leopoldo Brizuela: «El lenguaje tiene el poder de resucitar la memoria»

Escritor argentino, nacido en La Plata, estuvo de paso por Lima para presentar su novela Una misma noche, ganadora del Premio Alfaguara de Novela 2012. Su obra podríamos sintetizarla como la búsqueda de respuestas a dos hechos similares que reviven en la memoria de un hombre más de treinta años después.

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Nunca ha dado tantas entrevistas en su vida y tampoco ha viajado a tanto en tan corto tiempo. De niño quiso ser cantante y músico, y  ahora repara que esta seguidilla de viajes lo asemeja a esos rock stars que andan de gira en gira. De trato afable y tímido por momentos, Leopoldo Brizuela estuvo en Lima para presentar Una misma noche, obra ganadora del Premio Alfaguara de Novela 2012 y que puede ser leída de varias maneras. Sin embargo, la lectura política predomina, incluso en España han recordado las heridas abiertas por la Guerra Civil Española, y en cada país latinoamericano que ha visitado también han recordado a sus respectivas dictaduras. Esa semejanza entre nuestros países, dice este autor nacido en La Plata, es la gran lección que ha aprendido en estos días de viaje.

Decías que no te propusiste escribir una novela sobre la dictadura, sin embargo esta abarca un periodo de la dictadura militar argentina. ¿Cómo enmarcarías Una misma noche? ¿Es una novela del miedo? Palabra esta que se menciona tanto a lo largo del libro
El autor no tiene que definir la obra, en principio porque su palabra puede llegar a ser demasiado definitoria, y tengo miedo de restringir cualquier tipo de interpretación que es válida siempre. Además, cuando uno escribe no sabe bien qué está escribiendo. Sabe bien quiénes son los personajes, va investigando una situación, un espacio, pero lo interesante de escribir es que cuando uno comienza no sabe bien qué está diciendo y cuando termina tampoco. Ahora, en estas entrevistas estoy aprendiendo más de la novela de lo que sabía.

En la novela hay una frase que me llamó la atención: «la escritura es una manera única de iluminar la conexión entre el pasado y el presente»
Esa frase está basada en una experiencia real de escritura. Hay una anécdota también real y autobiográfica en la novela, que está muy cambiada y puesta en otro personaje: es la anécdota del chico que toca el piano cuando entra la policía y no sabe qué hacer ante semejante situación.   Yo mismo hice eso, tuve esa reacción absolutamente incomprensible para mí ahora. Bueno, no era simplemente una imagen vaga que recuperé tardíamente,  pues luego me empecé a preguntar por qué lo hice, y a partir de ahí tuve la idea de hacer una novela de un chico que toca el piano cuando entra la policía. Y te das cuenta del poder que tiene el lenguaje para resucitar la memoria. Se lo pregunté a un amigo psicólogo pensando que me iba a sacar corriendo y me dijo «la palabra tiene un poder mucho más fuerte para resucitar la memoria, sin duda».

Y esa «conexión» con el pasado se da con esa anécdota real del robo que presenciaste en una casa vecina a la tuya
En el 2010 fui testigo, como el protagonista de la novela, de un asalto cometido en la noche. Cuando nos dimos cuenta de que había sido la policía y las víctimas no iban a denunciar, me quedó la sensación de terror absoluto. Pero también lo que al personaje le obsesiona es sobre lo que va a pasar después, y eso me catapultó a escribir una novela con la esperanza de poder resolver algunas situaciones, de poder analizar lo que había pasado, pero también por una reacción muy animal que ante semejante terror refugiarse en la literatura nos va a salvar.

¿Dirías que el miedo es el eje de la novela? Muchos capítulos empiezan con la frase «si me hubieran interrogado, si me hubieran llamado a declarar…»
Y ese fue el sentimiento que nos dejó. ¿Y ahora qué vamos a hacer con lo que sabemos, lo vamos a callar otra vez? Porque  también es cierto que algo muy fuerte pasó esa noche en  la vida real, y que es un poco lo que vio el protagonista de la novela. Entonces, en el 76, cuando estaba la dictadura, también todo el mundo veía, y ¿qué hizo con lo que veía? No se lo contó a los vecinos en esa época. Eso es muy fuerte

El silencio como complicidad…
Sí, como complicidad aprendida, sin darte cuenta también.

UnamismanochePortada.jpg¿Qué te hizo pensar que estos hechos en el 76 y del 2010 podrían conectarse y proyectarse en una novela?
En eso no hay un camino tan racional. Hay ciertas imágenes en la realidad que se te quedan grabadas y ya por costumbre le vas inventando historias y personajes. De hecho, ese chico que toca el piano en la novela le inventé destinos distintos, padres distintos, inventé situaciones que se prolongaban luego en otra. A veces es medio ingenuo ese lugar común que dice la gente de «te voy a contar mi propia historia» o «vas a escribir  una gran novela». Es ingenuo porque nunca pasa de esa manera, uno nunca elige las cosas que va a escribir. Tú me puedes contar una historia, una gran historia, pero no es la que uno elige.

Pero esa historia particularmente te tocó a ti. Tú eres el niño que a los 12 años presenció el ingresó de la policía en la casa de sus padres y se puso a tocar el piano, y eres el adulto que presenció el robo más de 30 años después…
Uno no es demasiado consciente de eso. Mientras estaba escribiendo me preguntaba por qué me eligió esa imagen del chico tocando piano teniendo tantas otras imágenes de la época, no solo de la dictadura sino de mi propia adolescencia. Y me decía ¿es realmente tan importante?, ¿podrá funcionar como novela? Porque realmente no pasa nada, es simplemente la policía que entra mientras él toca el piano y se va, pero cuando uno va escribiendo se da cuenta de la importancia absoluta que tenía eso.

En ese sentido dirías que Una misma noche es una novela mucho más personal a diferencia que de Lisboa o de Inglaterra y de la primera novela que escribiste
No lo sé, porque evidentemente sí, es casi la primera vez que escribo sobre situaciones que yo viví, pero no diría que es tan personal porque nada nos representa tanto como la imaginación pura. Muchas veces uno se revela sin darse cuenta o precisamente porque no se da cuenta  inventando una comunidad o un planeta absolutamente imaginarios que cuando uno está controlando la imagen que da de sí mismo.

Hablemos del estilo. Cuando te preguntaban sobre el lenguaje de esta novela dijiste que no tenías conciencia de cómo la habías escrito, pues prácticamente lo hiciste «en estado de gracia». ¿Tan poco consciente fue el proceso de escritura?
Sí. En la novela pasó algo curioso, lo del estado de gracia es porque ella sola eligió sus métodos y sus técnicas que son muy diferentes a escritos anteriores. Pero lo que más dificultad me dio, y era un gran desafío, era reconstruir la visión de un chico de doce años de esa época. Otra cosa que era un gran desafío era precisamente que el personaje iba a recordar muchas veces la misma escena, y el desafío era que el lector no dijera «otra vez me cuenta lo mismo» sino que llegara al capítulo y dijera «¿ahora qué me va a contar?». Eso era si un desafío literario.

Una novela como esta al tener como telón de fondo un hecho político e histórico tan traumático, ¿tiene más de catarsis personal que de búsqueda de respuestas?
Seguramente. Tengo muchos amigos cronistas y periodistas que me decían «¿por qué no escribes una crónica?», pero creo que hubiera sido un libro absolutamente distinto y más allá que mi naturaleza, que es la de un novelista que se pone a imaginar, lo cierto es que yo creo la imaginación puede llegar  a otros lugares que para el periodista le están vedados. No necesariamente mejores ni peores, pero sí lugares distintos, y básicamente yo quería trabajar con lo que pudo haber sido, y en la n
ovela, por ejemplo, hay una zona a la que llego con esta idea con lo que pudo haber sido, que es inimaginable en el periodismo, que es el sueño. Que es un momento clave, que yo imagino un sueño que pudo haber sido una revelación, y al mismo tiempo un trauma para el protagonista y es puramente imaginable.

Se te ocurre que te pidan hacer una película, o ya te han pedido, ahora con la repercusión y el premio
Sí, se me ocurre que puede ser, porque la novela es muy cinematográfica.

Y este premio ¿te motiva más? ¿Te llevará a dedicarte a escribir más y dejar los otros trabajos?
Si, ojalá porque tengo muchos trabajos y tengo muchos gastos fijos. Estaría bueno poder trabajar dos o tres años exclusivamente en la literatura.

LAS TECLAS DEL PIANO POR LAS DE LA MÁQUINA DE ESCRIBIR

Estamos en el piso once de un hotel miraflorino. La mañana es gris y hace frío. Leopoldo Brizuela empieza su jornada de entrevistas en Lima que no parará hasta el día de la presentación de su novela en la librería El Virrey de Miraflores. Es de estatura mediana, y parece mucho más joven que los 49 años que dice su documento de identidad. No es la primera vez que gana un premio -obtuvo en 1999 el Premio Clarín de Novela-, en ese sentido, nadie dirá que este galardón de Alfaguara lo ha sacado del anonimato. Lo que ha hecho el premio es, indudablemente, haber proyectado su carrera y hacerlo conocido tanto en España como en otros países fuera de su natal Argentina. Además, se declara admirador de nuestro gran cuentista Julio Ramón Ribeyro, a quien descubrió, según cuenta en 1999 por recomendación de la narradora Vlady Kociancich, a quien Adolfo Bioy Casares a su vez le sugirió leer al autor de Los gallinazos sin plumas.

leopoldoPost.jpgEmpezaste a escribir  desde los doce años, ¿en qué momento te lo planteas como la actividad que quisieras hacer como tu actividad más importante?
Bastante rápido. Empecé a escribir por entretenimiento, porque estaba muy  aburrido. En un verano leí una novela que estaba leyendo una tía, y dije «voy  a escribir una novela». Como jugando, y ya a los seis meses estaba enviciado con la idea de la lectura y la escritura, y ya empezaba a soñar con ser escritor, a los trece años.

¿Y es cierto que cambiaste las teclas del piano por las de la máquina escribir y, bueno, luego por las de la computadora?
Sí, enseguida dejé la música, me capturó la literatura. Creo que básicamente por la idea de no tener público, además porque me gusta más la idea de escribir y de imaginar. Pero me apasionó la idea de escribir sin un público delante, que es inevitable en la música.

¿Qué es escribir para ti? Leí una declaración en la que decías que tenías que escribir para no volverte loco
Esa es una definición casi secreta, no sé cómo me atreví a decirla, pero es una definición que está casi en el origen de esta novela, porque cuando el personaje dice «si me hubieran llamado a declarar» todo el tiempo, él está añorando poder contarle a alguien lo que le pasa, pero sobre todo para que después no le digan que esas son ideas suyas, es decir, para no enloquecer. Pero si me preguntas, yo no sé qué es escribir. Es una costumbre de la que no puedo ya prescindir, es parte de mi naturaleza.

También  está la frase de Flannery O’Connor que siempre mencionas. Esa de que «no escribes lo que piensas sino para saber lo que piensas»
Sí, y también es la razón para saber, por ejemplo, por qué esa imagen del chico tocando el piano me capturó tanto. Es algo que no sé explicar, uno escribe para entender algo que no entiende, para algo que no tiene respuesta. Escribir sobre algo que uno ya sabe es totalmente aburrido y escribir aburrido es una deshonestidad.

A qué escritores tienes como referentes principalmente
Ya te decía que Borges está en el ADN de los escritores argentinos, sobre todo de mi generación. De manera que para que se verifique su influencia no es necesario imitarlo, ya está. Creo que en esta novela aparece mucho la huella de los narradores del mar como Joseph Conrad, que también está un poco en la novela más allá de la referencia a la Marina, está todo ese dilema moral constante del protagonista a partir de un hecho mínimo creo que es muy conradiano. Y, bueno, después hay infinidad, de escritores como la propia Flannery O’Connor, Graham Greene, muchos más.

¿Y cuáles son los temas en particular que más te interesan abordar en la escritura? Estaba pensando que, a pesar de las aparentes diferencias, entre Tejiendo agua, Inglaterra o Lisboa quizás la línea común sea esta visión del pasado.
La revelación de que el presente tiene una historia que no es natural. Eso aparece en todas mis obras, en las que el personaje se da cuenta que lo que hace no es parte de algo natural sino algo aprendido que tiene historia, algo cultural y eso implica una promesa. Como dice Angela Carter «si aprendimos, podemos desaprender».

Hiciste alguna vez una antología de relatos sobre temas de homosexualidad y, en tu caso como escritor, ¿no te ha interesado abordarlo como tema en tus novelas?
La homosexualidad está en todos mis libros, pero no está como conflicto. En una misma noche, el personaje es homosexual y no aparece como conflicto, aparece como un dato más. Ahora creo también que es muy poderoso el tema en el modo en que se instala en el mundo. En la primera escena cuando no llama a la policía y se le cruza llamar a la policía creo que tiene mucho que ver con el miedo que tiene.

Y crees que en la literatura cuando se aborda como conflicto a la homosexualidad,  ¿se le caricaturiza mucho?
No, no. El que tiene necesidad de trabajarlo de esa manera me parece bien, ahora en lo que yo escribo no aparece como un conflicto.

¿Qué obra quisieras completar para considerarte satisfecho como escritor?
Lo que pueda escribir. Hay una frase que la dijo un psicoanalista a un amigo brasilero, que me encantó para toda la vida: «Usted no se preocupe por escribir la novela que debe escribirse, sino usted preocúpese por escribir la novela que usted puede escribir». Y eso me pareció  de una sabiduría increíble porque, además, es muy difícil escribir una novela que uno pueda, así como entenderla y vislumbrar cuál es esa novela. Y hay que ser muy valiente para escribirla.

CINCO LIBROS RECOMENDADOS POR LEOPOLDO BRIZUELA

1. Toda la obra de Natalia Ginzburg
2. El libro de los seres imaginarios, de Jorge Luis Borges
3. El país del humo, Sara Gallardo
4. El bosque de la noche, Djuna Barnes
5. Dimensiones, un cuento del libro Demasiada Felicidad, de Alice Munro

 



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