Jerónimo Pimentel: «Mi objetivo fue apropiarme de la mirada de Melville»

Lima bajo la perspectiva del autor de Moby Dick. Así podríamos resumir a La ciudad más triste (Alfaguara, 2012), una novela en la que Jerónimo Pimentel no solo recrea una época sino en la que indaga sobre la impresión que pudo causarle la capital peruana a Herman Melville, a la que incluso menciona en algunas de sus obras, incluyendo esa magistral novela sobre la ballena blanca.

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«La ciudad más triste y extraña que se pueda imaginar». Con esa frase Herman Melville describe a Lima en su monumental obra Moby Dick. Hombre de mar antes que escritor, el autor de la novela sobre la esquiva ballena blanca estuvo de paso por nuestra ciudad a fines de 1843 y a inicios de 1844. Todos sus biógrafos coinciden en que su estancia por estas tierras le causó una profunda impresión. ¿Qué fue lo que le impresionó de esta ciudad gris y capital de una joven e inestable república? La respuesta quizás la encontremos en La ciudad más triste (Alfaguara, 2012), la primera novela del periodista y escritor Jerónimo Pimentel (Lima, 1978), quien dicho sea de paso es devoto admirador de Melville. En este libro su autor recrea las posibles impresiones del escritor estadounidense, las cuales plasma en unas cartas -ficticias, por supuesto- que le envía a su gran amigo escritor Nathaniel Hawthorne.  

La ciudad más triste fue planteada primero como un ensayo y luego como un poemario, ¿cómo así desembocó en una novela?
Primero quise que fuera un ensayo en el espíritu de Llámenme Ismael, del poeta norteamericano Charles Olson, que le dedicó este gran ensayo a Moby Dick. Luego me di cuenta de que ese libro era una barrera insuperable y que el formato no me ayudaba a contar las cosas que quería contar. Entonces luego aposté por lo que es más natural en mí que es ir a los poemas y lo traté de plantear como un poemario.

Iba a ser un poemario de homenaje entonces, porque ya habías escrito un poema dedicado a Herman Melville
Sí e iba a tener la ventaja de no tener la atadura narrativa, luego me di cuenta de que el tono que me salía era epistolar más que versificado, entonces tuve que replantearme el proyecto y terminé escribiendo las cartas, y una vez que tuve el tono con ellas fue que me di cuenta de que esto era una novela. Era una novela en algún sentido atípica que no iba a ser aristotélica, que debía contener dentro de sí una parte importante para la reflexión, para la proposición. Era una novela que si bien iba a ser histórica también tenía que ser intimista y personal.

Decías que no querías escribir la típica novela de poeta, es decir, concentrarte más en el uso del lenguaje que en la narración
Lo que pasa es que mi necesidad de experimentar con el lenguaje siento que la tengo resuelta con la poesía. Entonces no quería hacer una novela que se reduzca a un juego del lenguaje. Tenía una necesidad de crear una novela que tenga un lenguaje, porque necesitaba recrear un mundo y ¿qué es mundo sino un lenguaje? Entonces necesitaba recrear esa Lima de hace poco menos de 200 años desde una mirada de escritor, desde la mirada de Melville. Necesitaba que esa mirada transcurra a través de una diégesis, de una relación de hechos, de una crónica de eventos, que son las que conforman el hilo narrativo de la novela. No voy a decir que esta es una novela de aventuras, porque sería un exceso, pero sí es una novela en la que hay acción, ocurren muchas cosas, hay peleas, por momentos es muy cruenta y despiadada. Es una novela donde ocurren hechos dándole sentido a la novela.

Cuando leí la novela me di cuenta de que aunque hay muchos datos históricos, La ciudad más triste no es rigurosamente una novela histórica, pues te has tomado algunas licencias en algunos puntos, ¿no es verdad?
Sí, por ejemplo, la correspondencia entre Melville y Hawthorne, que es a quien están dirigidas las cartas, no empieza sino hasta seis años después. Hay algunos hechos que he acomodado para que ocurran en el lapso que a mí me interesaba desarrollar. Es una novela que tiene licencias ficcionales, pero siempre respetando un espíritu de época, de un momento preciso. Me puse márgenes. Los eventos tenían que ocurrir después de la Confederación Peruano-Boliviana y antes del gobierno de Ramón Castilla.

Decías también que con este libro saldas una deuda que tenías con Melville. ¿Qué le debes a Melville?
Le debo todo. Como lector y como autor lo veo como una suerte de mentor. A mí la lectura de Moby Dick, y de otras obras -como En los mares del sur, de Stevenson; Corazón de las tinieblas, de Conrad-, y toda la obra  de Melville me marcaron como escritor y me llevaron a escribir. Mi primer poemario Marineros y boxeadores es ya un homenaje a Melville; en Frágiles trofeos está contenido el poema con el que inicia esta novela como si fuera una rama que se desprende y cobra vida propia. Y en La muerte de un burgués, el último poema termina anunciando este libro. Lo que yo he querido es saldar mis cuentas con él y sentía que la única manera de hacerlo era apropiándome de su voz, de su mirada.

¿Y tenías desde un inicio claro que iba a ser una novela epistolar?
Lo que creo es que uno no decide, sino que uno tiene una urgencia expresiva y artística, y esta necesidad decide por ti. Yo fui intentando explorar varios tonos, varios estilos y ninguna me satisfacía hasta que encontré en la epístola el tono que necesitaba para que la novela transcurra, entonces fue una decisión mía, pero la sensación que tengo es que uno es el vehículo de su necesidad artística.

Decías también que el reto que tenías era retratar Lima bajo la mirada de Melville, ¿pero tu mirada acaso no se inmiscuye?
Sí, se inmiscuye de todas maneras. De hecho, esa es una falsa pretensión mía, es un punto de partida. Si hubiera querido imitar la voz de Melville hubiera tenido que escribir en inglés decimonónico. Yo, a lo más del castellano, hubiera aspirado a imitar las traducciones españolas del inglés del siglo XIX. Ese no era mi objetivo. Mi objetivo es más metafísico, imitar la mirada de Melville, apropiarme de su mirada, para a través de mi sensibilidad enfrentarme a esta ciudad, porque yo soy tan ajeno a esta ciudad como él.

laciudadmastristePost.jpg¿Y Lima le habrá dejado una impresión profunda a Melville?
Sí, mira, de hecho hay coincidencias de que le dejó una impresión profunda. Todas las biografías coinciden en que la fiesta de Año Nuevo de 1844, que fue la razón por la que se le dio permiso para ir del barco a la ciudad. Él fue desperdigando esa impresión a través de su obra. Hay muchas alusiones de Lima en su obra. Chaqueta blanca empieza con un marino zarpando del Callao hacia Nueva York; Las encantadas que es una colección de prosas -una de sus mejores obras- hay referencias a lo limeño. En Benito Sereno los negros que se rebelan en el barco son ajusticiados por la Santa Inquisición limeña. Y en Moby Dick, en el famoso capítulo La blancura de la ballena donde dice que «Lima es la ciudad más extraña y triste  que se puede ver». Hay algunas consecuencias de su paso por Lima.

¿Y qué tiene Lima que la hace triste, además de su cielo gris?
Mira, yo creo que es una mezcla de muchas cosas. Una de ellas es que es una ciudad subsumida que siempre se mira a sí misma, que está en el centro geopolítico del Perú y Sudamérica, y a la vez está tan replegada sobre sí misma que es como si estuviera sola siempre. Esa no es solo una impresión de Melville, sino de muchos viajeros de la época como Darwin y Humboldt. Una de las razones que yo ensayo para explicar esto es que Lima es una ciudad rodeada por infinitos. Por un lado está el Océano Pacífico, por el otro la cordillera, que es como otro absoluto; norte y sur, los desiertos, y arriba este techo bajo sin cielo y sin lluvia, es como una ciudad rodeada de muchos infinito
s. Y otra cosa que le fascinó a Melville fueron los contrastes. Lima en ese momento tenía un índice de casas de juego y azar completamente descomunal como ahora. Había una mezcla de iglesias con casas de juego, una mezcla de santurrunería, conservadurismo y lujuria. Es una mezcla que podemos ver hasta ahora. Una ciudad que ha creado Asia, una ciudad-discoteca, que a la vez se permite la procesión del Señor de los Milagros.

¿Eres consciente de que el libro no hubiera tenido la misma llegada que si hubiera terminado en un poemario?
Sí, de hecho es diferente publicar un poemario donde apelas a un público reducido, apelas a un lector que son casi todos tú, son casi todos poetas. Hay muy pocos lectores de poesía que no escriban poesía. Es casi una lectura de nicho. En cambio la narrativa es más un producto editorial que un poemario que es más una artesanía. Hay un nivel de escala y cada uno tiene sus pro y contras. A veces el saber que es un producto que va a llegar a una audiencia más amplia hace que uno se condicione como escritor y empiece a escribir productos que agraden a esa audiencia.

Que no es tu caso, es decir el del poeta que decide incursionar en la novela para poder vender sus libros
He tenido la suerte de que mis poemarios hayan agotado edición o hayan estado cerca de eso. No tengo necesidad. Soy periodista como tú, y mi necesidad de impactar al público la resuelvo con el periodismo no con la literatura. Ahora, me agrada que se lea, que un lector anónimo te escriba y diga que ha disfrutado tu libro. En ese sentido la narrativa sí te da bastante más satisfacciones que la poesía.

LA POESÍA COMO ALGO COTIDIANO

Jerónimo Pimentel es periodista y poeta. Ha publicado los poemarios Marineros y boxeadores (2003), Frágiles trofeos (2007) y La muerte de un burgués (2010), así como el libro de prosas La forma de los hombres que vendrán por Matías P. Delgado (2009). Ha trabajado en el diario El Comercio y en la revista Caretas. Colabora también en la página Nosotros matamos menos, donde realiza entrevistas a quemarropa y escribe artículos sobre literatura y periodismo. Si es cierta esa frase de «lo que se hereda no se hurta», pues no podemos dejar de mencionar que su padre es el poeta Jorge Pimentel, integrante de Hora Zero, movimiento de vanguardia poética surgido en la década de 1970.

Comentabas que en tu caso la poesía era algo cotidiano, y pues, tu padre es poeta (Jorge Pimentel). ¿Cómo se daba esa relación cotidiana con la poesía?
Las veces que lo he sentido han sido cuando, ya de adolescente, me daba cuenta de que muchos amigos tenían problemas para enfrentar el texto poético. Es decir, el lenguaje simbólico, la carga metafórica aparecían como barreras insalvables. En cambio yo he tenido la suerte de crecer en un medio en que la lectura de poesía era visto como algo normal, entonces para mí la lectura poética nunca representó una barrera y es algo que debo agradecer a mi familia. He vivido rodeado de poetas, de pintores y artistas, y acceder al lenguaje simbólico no ha sido una barrera para mí.

¿Y tu padre te leía poesía o te sugería lecturas?
No solo mi padre. Te cuento una anécdota. En Oración frente a un plato de col, de Tulio Mora, hay un poema que termina con el Mar de Tulio, que está dedicado a mí. Él lo discutía en mi casa y me preguntaban a mí, que era un niño, «cómo se llama esto» y yo respondí que era el mar de Tulio, y él le puso ese título. O venía el pintor Carlos Alberto Ostolaza, quien nos daba témperas y acuarelas y nos hacía pintar la casa, y mi mamá se volvía loca por supuesto. Hemos vivido, mi hermano y yo, en un ambiente en el que expresarse artísticamente era visto como algo normal.

¿Y qué lecturas de niño y adolescente recuerdas?
Jack London. Para mí él fue mi primer amor. Leí Colmillo blanco, La llamada de la selva, John Barleycorn, Las memorias alcohólicas…he tratado de leer todo de él, es un cuentista fabuloso, y leerlo me hizo enamorarme de la lectura.

¿Por todo esto, empezar a escribir fue un impulso inmediato en ti?
Fue algo conflictivo porque, claro, es una facilidad, pero te preguntas cuan tuyo es esto que heredas y cuanto se debe al haber nacido en un entorno específico. Uno debe enfrentar su vocación o falta de talento o resolverlo. Yo en un momento me di cuenta de que lo que quería ser era escritor. Fue cuando terminaba la universidad y puse manos a la obra. Uno siempre carga su mochila y eso no debe ser un impedimento sino una excusa para encontrar lo que quieres hacer en la vida.

Ahora la próxima novela que estás trabajando no tiene nada que ver con La ciudad más triste, sino es más ligera
Cuando terminé esta novela necesitaba sacarme el tono, pues es una voz que se apropia de ti. No me gustan los artistas que se repiten, me gusta cambiar, ser siempre amateur. Entonces decidí hacer todo lo contrario. Tengo una historia que tenía que ver con Nacho Vegas, el cantante, que me gusta mucho. Es una suerte de parodia de estas novelas noventeras de drogas, sexo y rock and roll y está muy divertida, se llama Estrella solitaria. No es lo que voy a publicar luego, el próximo año voy a publicar un poemario que va a ser editado en España, es un poemario de ciencia ficción.

Entonces siempre vuelves a la poesía, eres un poeta…
Sí, soy un poeta. Me gusta más sentirme un escritor. Tengo esta novela sobre Nacho Vegas, así como un proyecto de novela gráfica, y más adelante hacer teatro. Me gusta explorar géneros, me gusta encontrar géneros intermedios, trabajar en las fronteras en que la poesía se vuelva narrativa o la novela, teatro.

CINCO LIBROS RECOMENDADOS POR JERÓNIMO PIMENTEL

1. Moby Dick, de Herman Melville.
2. Conquistador de los mares: la historia de Magallanes, de Stefan Zweig
3. En el corazón del mar, de Nathaniel Philbrick.
4. En el corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad.
5. Viajes por los mares del sur, de Robert Louis Stevenson.



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