Banalidades sobre el papel: «Raro», de Renato Cisneros

Marlon Aquino comenta la última novela que acaba de publicar el periodista y escritor Renato Cisneros. De arranque nuestro colaborador expresa su decepción por obras como esta, que para él son «divertimientos para quinceañeras noveleras y treintañeros con mentalidad adolescente».


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Por Marlon Aquino Ramírez

Los integrantes del equipo de Lee por gusto nos reunimos hace poco en el Centro de Lima para conversar de esto y aquello, tomar unas cervezas y organizar el plan de publicaciones para el blog. Como ya había comentado que estaba leyendo Raro, la reciente novela de Renato Cisneros (Lima, 1976), mis amigos me propusieron escribir la reseña respectiva para complementar la entrevista que ya se había hecho días antes. Y la verdad que esa noche no me comprometí a nada, porque ya llevaba leído casi el 80% de la novela y había poquísimo por destacar. ¿Si ya había despilfarrado tiempo con su lectura, para qué gastar más tiempo ahora con una reseña? 

Sin embargo, terminé aceptando escribir algo porque creo que, a pesar del fracaso de este libro (fracaso artístico, mas no comercial, pues aparece bien arriba en las listas de los más vendidos), Renato Cisneros tiene condiciones como para producir buena literatura y no estos divertimientos para quinceañeras noveleras y treintañeros con mentalidad adolescente. De hecho, cuando salió Busco novia -su primera publicación narrativa basada en su exitoso blog homónimo- celebré su aparición por la agilidad de su prosa y señalé como positivo el que mucha gente lo leyera, pues quizás algunos de estos lectores «por gusto» irían acercándose a la literatura de verdad. Busco novia era un libro ligero, por supuesto, pero era lo esperado: se originaba en un blog sin mayores pretensiones artísticas. Y vaya que recibí duras críticas por estas opiniones. No obstante, siempre he pensado que debo decir las cosas tal y como son, para no engañar a la gente uniendo mi voz al coro de elogios «bamba» (dirigido por los agentes de márketing) dedicados a libros que no valen nada, y he pensado también que no se debe mezquinar elogios a un libro discretamente publicado, pero que merece destacarse. Así que en esta oportunidad no puedo dejar de expresar mi profunda decepción por una novela como Raro, concebida también en el ciberespacio (Cisneros fue publicándola por entregas a lo largo de un año en su blog personal), solo que ahora sí con la intención (fallida) de presentarse como literatura.

La decepción, repito, es porque Cisneros puede dar mucho más, como lo había demostrado en sus poemarios y en Nunca confíes en mí, la novela anterior a esta, en la cual, a su ya conocida agilidad narrativa, se unían un sugestivo diseño estructural y un interesante abordaje al tema del escritor y el origen de sus temas. «Soy un periodista que un día quiere ser escritor», dijo en una entrevista para La República. La pregunta es ¿qué significará exactamente para Renato Cisneros ser un escritor? O, mejor, ¿para qué quiere ser un escritor? Pienso que la forma como responda  a estas preguntas determinará la trascendencia de sus libros. Esperamos, por la salud literaria de sus numerosos lectores, que sus ambiciones artísticas no sean tan frívolas como las de su personaje Raro Bermúdez, quien alucina su propio nombre «…en portadas de revistas especializadas, con cientos de menciones en Google, destacado en los paneles contiguos a las salas de cine. […] ¿Conocería a Almodóvar, Trueba, Cuarón? ¿Viajaría a Europa? ¿Le daría la mano a Scorsese, a Tim Burton, a lo hermanos Cohen? ¿Qué dirían sus papás, sus ex jefes, sus ex novias cuando lo vean, dentro de unos años, codeándose con semejantes monstruos?» (pág. 221).

Raro, el protagonista de la novela, no tiene absolutamente nada de raro, es de lo más anodino. Bajo su apariencia de chico rebelde con pretensiones artísticas (quiere ser guionista de cortometrajes), tras sus poses de oveja negra de la familia (no desea la vida burguesa que le quieren imponer sus padres), en sus devaneos erótico-románticos, sobrevuela el aura opaca de una existencia mediocre. Sus tribulaciones son de lo más banales, su fraseo romántico parece provenir de algún delirio pretencioso de Ricardo Arjona y la «filosofía» que lo anima a seguir adelante, del libro de Pastillas para levantar la moral de Ricardo Belmont. Valga este fragmento como muestra: «»Más importante que saber lo que te espera, es tener claro lo que estás dejando atrás», concluye, sin reparar en la hermosa contundencia de su pensamiento» (pág. 233).

No habría problema si solo fueran las características de un personaje (o de una persona, por supuesto), el inconveniente es que esta superficialidad termina contaminando todos los elementos de la obra, desde la estructura hasta el lenguaje. Somos testigos entonces de una enumeración de anécdotas sin ton ni son, de lugares comunes que falsean escenas que pretender ser dramáticas y presenciamos también un final tan disonante como las notas sueltas del trompetista distraído de la banda que sigue tocando mientras los demás ya dejaron de hacerlo. Escribe el autor en una Noticia a manera de prólogo: «Raro asume la aventura de construir su identidad y hace lo imposible por aterrizar sabiendo que aterrizar duele. Con esta entrega -literaria, gráfica- buscamos exactamente lo mismo. No sabemos exactamente para qué». El desconcierto. La incertidumbre. La confusión. Cuando no se tiene la pericia necesaria para hacer arte con estos temas, aparecen libros tan insípidos como el que ahora comento.

Hay un momento en el que la novela parece ingresar a otro nivel, cuando Raro empieza a escribir un guión protagonizado por un personaje femenino llamado Fofa. «Al escribir sobre Fofa, Raro se transmutaba de a pocos en esa chica joven que, en el fondo, se parecía tanto a la mujer que le gustaría conocer, con la que podía corregir o suplantar a las mujeres conflictivas que le habían tocado en suerte». El problema es que Fofa termina siendo igual de convencional y ególatra que su creador. Ambos me hacen pensar en esas chicas plásticas (de esas que hay por ahí) cuyo mayor problema existencial es no saber qué vestido ponerse para que combine con sus zapatos y cartera.

Con respecto a las ilustraciones de Alfonso Vargas, Robotv, no hay mucho que decir. Colocadas como adorno, parecen ser principalmente un gancho para atraer a esos lectores remolones que siempre andan preguntando si tal o cual libro «tiene dibujitos» o si hay un «resumen» del argumento. No dejan de ser graciosos, pero son síntoma de ese deseo contemporáneo de infantilizar e infantilizarse para así escapar de los problemas y perderse en jugueteos inocuos y acríticos que dejan campo libre a los amos del mundo. Mientras tú involucionas a niño irresponsable, el mundo se sigue yendo a pique. Así terminas creyendo que las grandes tragedias de la vida son como las de Raro: que tu novio (a) te engaña, que la cumbia está invadiendo la ciudad, que tus papás no te comprenden.

«Esta es la historia de la inconsistente vida de Raro, de la incierta vida de Sebastián. Del vínculo entre ambos».

Raro que una historia así haya tenido tanta acogida entre los lectores limeños.

¿O no tanto?


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