Fernando Vallejo: La desazón suprema

La sinceridad, un bien escaso sobre todo en países como el nuestro, la encontramos en escritores como el colombiano Fernando Vallejo, quien dice que lo piensa de manera descarnada y brutal. Sus palabras son como balazos sin silenciador y como prueba tenemos a un documental sobre él realizado en 2003. ¿Están listos para tanta honestidad brutal?


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Por Marlon Aquino Ramírez (@Nefelibata80 en Twitter)

Cuando Fernando Vallejo escribe, le sale espuma. Será que nació, allá en Medellín, un día en que Dios estuvo enfermo, grave. Eso sospechamos todos aquellos que tras haber leído alguna de sus novelas, La virgen de los sicarios (1994), por ejemplo, hemos quedado afectados por una de las prosas más descarnadas, iconoclastas y rabiosamente sinceras del continente. Y tal vez lo sospechan también quienes han escuchado o leído sus discursos y declaraciones. Como cuando al recibir el Rómulo Gallegos en 1993 por su novela El desbarrancadero dijo en su discurso que «[…] me pongo siempre, por predisposición natural, del lado del patrón y no de los trabajadores. ¡Ay, los trabajadores! ¡Qué trabajadores! Viendo a todas horas fútbol por televisión, sentados en sus traseros estos haraganes. ¡Que les dé trabajo el gobierno o sus madres! O la revolución, que es tan buena para eso. Y si no vean a Cuba, trabaje que trabaje que trabaje. En Cuba todo el mundo trabaja. ¡Pero con las cuerdas vocales!».

Este discurso, en el que la literatura quedó de lado, expresaba tanto un profundo desprecio hacia la humanidad, como una apasionada defensa de los animales. «Que se hacinen [los seres humanos], que se amontonen, que copulen, que se jodan. A mí los que me duelen son los animales. […] El demonio sólo cabe en el alma del hombre. ¿No se dio cuenta Cristo de que él tenía dos ojos como los cerdos, como los camellos, como las culebras y como los burros? Pues detrás de esos dos ojos de los cerdos, de los camellos, de las culebras y de los burros también hay un alma. […] Así, las estructuras cerebrales por las que sentimos el hambre, la angustia, el miedo, el dolor, las emociones, son iguales en nosotros que en el simio, en el perro o en la rata. ¿Cuántos millones de simios, de perros y de ratas hemos rajado vivos para llegar a estas conclusiones?».

El complejo y polémico pensamiento de este polifacético escritor colombiano (ha sido director de cine y ha escrito libros sobre gramática y biología), además de aspectos de su vida cotidiana en México, fueron retratados en el documental La desazón suprema: retrato incesante de Fernando Vallejo (2003), dirigido por su compatriota Luis Ospina. Personalmente, puedo decir que la hora y media de su duración no pude apartar la vista de la pantalla un solo instante. La sinceridad, en nuestros días, en nuestro país, es un bien tan escaso que cuando uno se encuentra frente a un hombre o una mujer que dice lo que verdaderamente piensa y siente, por más en desacuerdo que esté uno con él o ella, no queda más que mostrar admiración y escuchar con respeto.

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El documental, cual si fuera un libro, consta de prólogo y epígrafe y a lo largo de sus nueve partes aborda diferentes episodios de la vida del escritor. Cada palabra de Vallejo es un balazo sin silenciador, una descarga verbal ejecutada con la rabia que sigue al dolor de la pérdida: de la inocencia, de la infancia, de un familiar querido, de una mascota, de un país… Así, en la mismísima Bogotá, en un encuentro iberoamericano de escritores del año 2000 dice: «Muchachitos de Colombia, ustedes han tenido la mala suerte de nacer y en el país más loco del planeta. No le sigan la corriente, no se dejen arrastrar por su locura. Pues si bien la locura ayuda a sobrellevar la carga de la vida, también puede sumarse a la desdicha. El cielo y la felicidad no existen. […] Lo que existe es la realidad, la dura realidad, este matadero al que vinimos a morir, cuando no es que a matar y a comernos de paso a los animales, nuestro prójimo. […] La patria que les cupo en suerte, que nos cupo en suerte, es un país en bancarrota, en desbandada, unas pobres ruinas de lo poco que antes fue. Miles de secuestrados, miles y miles de asesinados, millones de desempleados, millones de exiliados, millones de desplazados, el campo en ruinas, la industria en ruinas, la justicia en ruinas, el porvenir cerrado. […] Un pasaporte colombiano en un aeropuerto internacional causa terror.».

Un odio desmesurado es a veces el anverso de un amor sin medidas. Que es el mismo de Fernando Vallejo hacia su patria, en la cual no vive desde que se autoexiliara en México desde 1971, pero que es sobre lo único que le interesa escribir: «El resto del mundo es para mí la periferia, Colombia es el centro».

Complejos somos. Unos desconocidos para nosotros mismos y para los demás. Ángeles y demonios. Recuerdo que cuando terminé de leer La virgen de los sicarios, inmediatamente me puse a investigar más sobre la vida de su autor, y mucho de lo que leí y escuché me resultó chocante. En especial, su desprecio por la vida, su demoledor pesimismo sobre la condición humana. No quise leer otro libro suyo. Hice delete sobre su nombre en mi memoria. Sin embargo, ayer, viéndolo llorar ante la cámara de Ospina mientras leía un fragmento de La virgen…, unas conmovedoras líneas sobre la infancia perdida, y mientras lo veía feliz como un niño cepillándole los dientes a su perra Kim o sonriendo al regresar a la casa de su infancia en Medellín, entendí que ese hombre revestido de amargura no era más que un conmovedor ejemplo de lo que la barbarie de nuestra época puede hacer con un espíritu noble. Y pensé en aquella devastadora escena de La virgen… en que el protagonista y el muchachito con que deambula encuentran a un perrito caído en un arroyo con las caderas quebradas, producto de un atropello. «¿Cómo iba a poder salir de allí herido, destrozado, si se nos dificultaba a nosotros sanos? Los bordes de cemento que encauzaban el arroyo le impedían salir. ¿Cuánto llevaba allí? Días tal vez, con sus noches, bajo las lluvias a juzgar por su deterioro extremo. ¿Había tratado de volver acaso, herido a su casa?». Solo queda entonces una salida para acabar con tanto sufrimiento. El balazo que alivia el dolor.

Así se pierde la inocencia, así entra el mal en nuestras vidas, así se marca un corazón para siempre. «No le tengo miedo a la muerte, sino a la vida», dice Vallejo en alguna parte del documental. Y aunque no concuerdo contigo, Fernando Vallejo
, créeme que te comprendo. Mucho.


En este enlace pueden ver el documental sobre Fernando Vallejo:



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