Wendy Guerra: «Admiro de Anaïs Nin su interminable interrogación»

Su más reciente novela, Posar desnuda en La Habana,es una reconstrucción del paso de Anaïs Nin por La Habana a inicios de los años 20. Doce años le tomó mimetizarse con ella, pensar como ella y prácticamente escribir como ella. Wendy Guerra (La Habana, 1970) le rinde homenaje a una artista, según dice, a la que muchas escritoras quieren parecerse.


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Las une su relación con los diarios. Poseen una belleza que
perturba, que avasalla a la cámara. Las dos han posado desnudas. Ambas tienen
un vínculo especial con La Habana, aunque en una es más intenso que en la otra. Nos
referimos a Anaïs Nin y a Wendy Guerra, escritoras ambas, aunque esta última
más cubana que aquella. Posar desnuda en
La Habana
(Alfaguara, 2011), novela que acaba de llegar a nuestras
librerías
, está escrita en forma de un diario y narra un pasaje que poco se
conoce en la vida de Anaïs Nin: su visita a La Habana en busca de su padre. Este
libro, producto de doce años de investigación y de mimetización, es también un
homenaje a esa mujer que expresaba su erotismo como una exaltación de la
libertad.

Dijiste alguna vez
«Yo vivo en un país donde la historia marca tu vida». Te lo menciono porque
siempre te preguntan sobre el significado que tiene escribir desde un país como
Cuba, al que no se asocia precisamente con la libertad de pensamiento. Dicho de
otra forma, ¿qué es para ti escribir desde un país en el que, como dices, la
historia marca tu vida?

Llegué al mundo un día
helado, el 11 de diciembre de 1970, en Cuba. Afuera había dos grados de
temperatura, algo extraño para el Caribe. Pero nada de eso me hizo diferente.
Cuando abrí mis ojos, pues, ya estaba construido un proyecto político-social que
era invariable: o te integrabas de niña o tus padres eran regañados; pues nunca
tuvieron una autoridad real para determinar sobre tu futuro, tus vocaciones, tu
destino escolar o militar hasta entradas «horas» de la adolescencia. Sabías que
tus padres no eran respetados si tus opiniones o deseos eran contrarios a lo ya
planeado para ti. Si no querías estar en una Escuela al Campo, no importaba, la
obligación arrastraba hasta la voluntad familiar. Si no querías pasar la
Preparación Militar, si no querías estudiar algo que te era impuesto -un
programa de estudio con una doctrina específica, una lengua maravillosa pero
lejana, como el ruso-, si no querías ser parte del resto, no importaba, eras
parte y tenías que asumirlo. Lo que tomabas, comías, sentías que pertenecía a
un proceso colectivo. «Dentro de la revolución todo, fuera de la revolución
nada». Esta era la consigna y tras ella el «tomo» era sobre todas las cosas nuestra vida. ¿Cómo separar ahora entonces historia, cotidianidad, destino,
vida?

¿Y cómo es que
vinculas los diarios que escribías desde los ocho años con la poesía?

La poesía encarna con su protección sonora. Lo que le pasa
al autor no le pasa al poema. Puedes jugar con los sobrentendidos. Puedes
esconderte detrás de las imágenes bárbaras, los amplios panoramas visuales, los
muros de agua y las persecuciones de tus propios demonios. Hablas de tu
intimidad de una manera nómada y rebuscada, simple o genérica, pero el diario
es puramente algo contigo.

¿Te sigues definiendo
como una escritora de diarios que busca escribir la memoria cotidiana de su
país?

El telón de fondo de cualquier autor es su contexto. No soy
un autor político, la política pasa y los autores deben sostenerse en sus
dramas, pero ese drama tiene tintas e instrumentos que no puedes descuidar. Un
personaje piensa como vive, un personaje es impulsado por el oráculo de tus
primeros indicios, un personaje huele y camina como ha sido entrenado para
caminar, como ha sido alimentado para oler. Es complejo no agregar la memoria a
la realidad cotidiana de un país. Eso es una premisa de verosimilitud.  Pero una novela no es un blog. Si la novela
es la joya, la política es la bisutería.

 

POSAR DESNUDA EN LA
HABANA

«Lo único que le faltaba era tener sangre cubana», dice
Wendy sobre Anaïs Nin, hija del pianista cubano Joaquín Nin y de la cantante
cubana de origen francés Rosa Culmell. El padre la abandonó cuando ella tenía
once años y este episodio marcará su vida. Sobre su llegada a La Habana, en
1922, Anaïs solo escribió unas doce páginas, y la autora de la novela se
encarga de ‘completar’ los vacíos de esa estancia en Cuba. La novela nos
muestra el despertar como mujer y artista de quien años después se relacionaría
con gente influyente del arte como Henry Miller.  

«Atiendan los
pintores de la sala. Dorado va a repartir pinceles y cartulinas de estudio.
Poco a poco iré acercándome a la luz y quiero que cada uno retrate lo que ve de
mí, lo que vea en esta mujer que posará desnuda, sin pudor ni inocencia. Ya lo ha
dicho un amigo poeta: «La inocencia se pierde una vez y la vida es muy
larga»
(Posar desnuda en La Habana, páginas 132-133).

¿Cuándo fue que
descubres a Anaïs Nin? ¿Qué es lo que más admiras de ella? Dijiste que es
quizás la mujer que todas las mujeres que escriben quisieran ser.

Lo que más admiro de Anaïs Nin es su interminable
interrogación. Desde muy pequeña enredada en todos sus tópicos adultos,
trenzada en las preocupaciones hormonales de mujeres maduras. Pude encontrar
una huella de esta autora en Cuba entre archivos y registros civiles y
eclesiásticos. Luego encontré a su familia americana, su casa francesa. En
principio seguía a mi madre y sus entrañables amigas en este sueño.

¿Tú también te
quieres parecer a ella?

Yo me parezco a Wendy Guerra y ser uno mismo duele, cuesta
muy caro en estos días.

En una entrevista
digital del diario El País alguien te preguntó ¿Qué tiene que ver posar desnuda
con la literatura? Se refería a una sesión de fotos que hiciste.

En mi caso, el gesto de posar está relacionado con mi
temporada en la escuela de arte, un lugar donde posábamos para los colegas y condiscípulos. Lo hacíamos de madrugada, a última hora, nos quitábamos la ropa
ayudándoles así a entregar sus trabajos, apurados antes del amanecer. Posar no
está para nada relacionado con Anaïs, al parecer es otra curiosa semejanza ¿Una
manía insular de niñitas sin padre?  No
puedo asegurarlo, pues no es lo mismo posar en el París de los 30 o 40, que en
La Habana de los 90-2000.

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Centrémonos en tu
libro. Tengo entendido que han sido doce años de investigación sobre el paso de
Anaïs Nin en La Habana, y que incluso estudiaste su forma de hablar en
documentales. ¿Es esta novela, como dice en la contracarátula del libro, un
homenaje a esta escritora?

Regresé o rescaté su lenguaje, su aire, sus comas. Me volví
una neurótica de su gestualidad literaria y olfateé sus referencias en pasado a
la primera Cuba, a La Habana, así como de su casamiento en ese año específico
que va 1922 a  1923. La sacarocracia
(aristocracia azucarera) cubana esperaba adquirir esta gema y dejarla casada,
imbuida. Aquí no creo que hubiese podido encontrarse como testimoniante de
todos los movimientos históricos de los que luego se confiesa parte.

¿Ha sido muy difícil
tratar de mimetizarse con ella? En los diarios apócrifos que escribes tú y en
los de Nïn se percibe continuidad, pese a que el texto original de ella está
escrito en cursivas en el libro.

Trasmitir su nervio, sus miedos, reconstruir el valor de esa
figura, escucharla hablar sin dejar de ser yo, sacándola de sus abrigos y
clichés masculinos en persona era una complicación del lenguaje. Me
transparenté y al ponerme a sus pies, logré dejarla hablar, ser. Sin
prejuicios. Sin protagonismo. Como quien escribe a cuatro manos.

Esta novela tiene
otra lectura, es vista como el reencuentro de una hija (Anaïs Nin) con su
padre. ¿Así lo pensaste también al momento de escribirla? Dices que
precisamente la parte que más te identifica con ella es la relación que tuvo
con su padre.

El gran drama shakesperiano de los padres… su primer diario
dice «Querido padre», que es «Querido diario» y es visto el trabajo de
escritora como una larga carta a su padre. Ni el psicoanálisis ni la madurez
pudo impedir que mi lectura de sus diarios originales, donados por la autora a la
Universidad de California en Los Ángeles dejara de parecerme un gran monólogo a
su padre. Esto es el abecé del drama clásico y yo bebo del drama para vivir y
para crear. Eso es el punto de partida que luego se conecta con mi universo
privado.

Tu próxima novela, Negra, es una narración acerca del
racismo. ¿Cómo surgió la idea de este libro? Entiendo que no tendrá la
estructura de un diario y que estás trabajando para que no sea así.

Negra es mi
misterio (por el momento), estoy puliendo un poco sus puntas para soltarla de
una vez. Forma parte del abrir los ojos durante estos maravillosos años en el
viaje de las traducciones. Es reconocer que cuando eres latinoamericano, eres
desclasado; tener un pasaporte francés en tu cartera, ser Chevalier de l’Ordre
des Arts et des Lettres, alivia.  Verse
blanca de piel no te exime de ser señalada, juzgada y hasta postergada en el
largo camino de las diferencias que establece el hemisferio occidental. Entre
otras cosas porque muchos no perdonan que te juegues la vida diariamente en tu
carrera, ganando la batalla por la libertad individual. El gesto de que Gabo
llegara a recibir el Nobel vestido con su traje tradicional (Liqui-liqui),
inspiró de algún modo mi idea de escribir sobre la piel de este personaje que
vive entre dos aguas. Negra: la política de la piel, la raza, la mujer, el sexo
y el juego de espejos y deseos confrontados, danzando en la marisma de nuestras
vidas. Una novela que ocurre entre la isla de Cuba y una vida francesa. Yo soy
también una negra, pero la novela está contada mucho más allá de cualquier
diario de vida, pura ficción inmersa en inhalaciones de realidad.

¿Escribir una novela
que no tenga que ver con la forma de un diario es una búsqueda por renovar tu
estilo o simplemente es una excepción en tu narrativa?

Estos años los he tomado para probarme que puedo bailar
técnicamente varios estilos. Escribir en varias tesituras, voces, claves.
Espero probarlo o me voy a casa como un bailarín retirado. Estoy feliz con el
trabajo de Anaïs y su lenguaje, ahora toca alejarse de los diarios y más tarde
tengo un proyecto donde siento, debo catar la dislexia del silencio que guardan
los pianistas clásicos. Si puedo encarnar esos estilos me sentiré una buena
intérprete. El estilo es mi obsesión. Los tópicos se dan silvestres a mi paso.

 



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