Sobre Los detectives salvajes

Todos tenemos una historia personal con algún libro. O nos lo recomendaron, o al leer las primeras líneas nos atrapó poderosamente porque tocaba justo algo personal en algún momento de nuestras vidas. Ese fue precisamente el caso de Christian Ávalos con Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño, novela que le valió al escritor chileno el Premio Rómulo Gallegos en 1999. ¿Y ustedes ya leyeron esta novela? ¿Les parece que al margen del mito Bolaño es tan relevante como Rayuela de Cortázar?
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Por Christian Ávalos Sánchez* 
La primera vez que pude tener entre mis manos un ejemplar de Los detectives salvajes de Roberto Bolaño fue en febrero del 2007 (casi nueve años después de que fuese escrita y casi cuatro después de que muriera su autor). Había salido del restaurant en el que trabajaba de mozo (La Tota, en la avenida Figueroa Alcorta –más conocida como La Cañada–, en Córdoba, Argentina), cobrado los 50 pesos que se me debían, y escuchado lo que nadie quiere oír cuando necesita un laburito: «Por ahora no necesitamos personal extra».
Llevaba dos meses en Córdoba y había salido del país con la esperanza de dejar atrás el recuerdo de mi paso por la Facultad de Derecho de San Marcos y fortalecer cada vez más este impulso que me lleva a escribir. Hasta ese entonces lo único que había leído de Bolaño habían sido algunos de sus cuentos como «El ojo Silva», «Putas asesinas» (de Putas asesinas), «Sensini» y «Vida de Anne Moore» (de Llamadas telefónicas), que me pude bajar por internet, y poemas sueltos de Los perros románticos. Además, al ir conociendo detalles sobre su vida, no podía dejar de preguntarme ¿no será él un personaje más de sus ficciones, solitario, marginal y errante? 
Como a nadie le gusta que lo choteen de un trabajo, terminé por caminar mi desazón por las calles peatonales del centro de la ciudad, husmeando por las librerías en donde ya no huía de los estantes de Anagrama, ya que allá los libros están a la mitad de su precio que en las librerías de aquí, por lo que me acerqué a Los detectives salvajes, y leí una párrafo que me atrapó:
Tengo diecisiete años, me llamo Juan García Madero, estoy en el primer semestre de la carrera de Derecho. Yo no quería estudiar Derecho sino Letras […] Seré abogado.
Fue inevitable que me involucrara y me interesara en lo que le sucedería a García Madero en las páginas siguientes. El tema me había dado un arpón en medio del pecho y aún en medio de la conmoción saqué los cincuenta pesos del bolsillo, me acerqué al bigotón de Rubén, el librero, y le dije que lo quería y que me lo llevaba. Con el vuelto compré un helado.
Lo leí con voracidad. En menos de 24 horas la primera parte estaba concluida. Luego, como quien se para en el borde de un abismo o en la cornisa de un quincuagésimo piso, me detuve ante la falsa que dice II. LOS DETECTIVES SALVAJES (1976-1996), y me pregunté «¿Y esto qué coño es?».
Como saben los que la han leído, la novela se divide en tres partes. La primera y la tercera narran el ingreso de Juan García Madero, una especie de joven padawan de Arturo Belano y Ulises Lima, al grupo del realismo visceral (fundado por estos dos) y su huida hacia los desiertos de Sonora, tras los pasos de la poeta inspiradora del realvisceralismo, Cesárea Tinajero.
Pero la segunda parte de la novela es un viaje temporal desde 1976 hasta 1996, en el que un gran número de narradores va contando sus experiencias con Ulises Lima, desde partes tan distintas como París, Sonora, México D. F., Tel Aviv, Barcelona, Roma o Viena, y en la que este álter ego del gran amigo de Bolaño, Mario Santiago, quien hace honor a su nombre Ulises, pues como este mítico personaje, va errando por distintos lugares, buscando quién sabe qué, dejando tras de él los testimonios de todos los que lo conocieron. Aunque no se nos revela a quién le hablan estos narradores, a este detective salvaje, intuyo que se trata de Arturo Belano (nombre homenaje al poeta favorito de Roberto, Arthur Rimbaud).
Además, en esta segunda parte cada fragmento bien puede funcionar como un cuento o un relato, que en conjunto, en un presente continuo (¿o acaso son flashbacks, y si es así, cuál es el presente desde son evocados?), nos va contando qué fue de Belano y Lima en su búsqueda de Cesárea Tinajero (quien todo ese tiempo estuvo muerta) y qué fue además del resto del grupo realvisceralista (Müller, las hermanas Font, su simpático padre, Quim Font, entre otros). Vidas todas ellas marcadas por la soledad y el desarraigo, como la del propio Bolaño, y como la mía en los tiempos en que cogí el libro por primera vez. Quizá se deba a eso, a mi condición de entonces, de inmigrante marginal y aspirante de escritor, que su obra tuvo tanto impacto en mí.
Será por eso que casi sentí, como lector y escritor en probeta, y tal vez como el mismo Bolaño cuando sostenía su relación por correspondencia con Enrique Lihn o Antonio di Benedetto, que él me hablaba, que me daba fuerzas para seguir un camino muy difícil en el que solo con la disciplina y la fe se pueden superar momentos difíciles en los que uno parece más bien conducir un Impala hacia los desiertos de Sonora, sin un norte.
*Christian Ávalos Sánchez (Paramonga-Perú 1982) Estudió en la facultad de Derecho de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Fue finalista en el 2005 del concurso «Que no te cuenten cuentos… escríbelos» organizado por la Municipalidad de Miraflores. Publicó el cuento «El corazón de Estela» en el n.º 16 de la revista digital El Hablador. Actualmente escribe en su blog Reo Libre, náugrafo en la web y se dedica a la corrección de textos para distintas editoriales.


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