Guillermo Niño de Guzmán: “Espero escribir una novela antes de morirme”

Compartimos una versión ampliada de la entrevista que le hiciéramos a este escritor -y ante todo gran lector-, la cual fue publicada en la edición 11 de la revista literaria Buensalvaje. Esta es una charla dedicada especialmente para bibliófilos.

 

Por Jaime Cabrera Junco

«Hace mucho tiempo que he descubierto el placer de levantarme temprano y sin resaca», dice Guillermo Niño de Guzmán (Lima, 1955), quien cuando no lee, escucha música, va al cine o visita librerías. Es un escritor de perfil bajo, con tres libros de cuentos publicados hasta ahora: Caballos de medianoche (1984), Una mujer no hace un verano (1995) y Algo que nunca serás (2007). Sus artículos sobre autores y obras literarias demuestran que es un gran lector, no el último, pero sí de aquellos que escriben críticas que a uno lo impulsan a volar para conseguir el libro comentado. Para hacer juego con el tema de esta entrevista, el escenario no podía ser otro que una librería, en este caso El Virrey de Miraflores.

Eres un lector muy agudo, incluso alguien que te conoce me dijo que eres una de las personas que más lee en Lima. Sin desmerecer en absoluto tu producción como cuentista, parece que contigo se cumple esto de “leo, luego escribo”. ¿Tu condición de lector se antepone a la de escritor?
Sí, yo creo que antes que escritor uno es lector. Como alguien dijo: “Escribir está muy bien, pero leer es mucho mejor”. Y claro, para mí, la fascinación por la literatura, por el acto de escribir, viene a partir de la lectura. Llegó un momento, cuando empecé a leer y a disfrutar tanto con los libros, que me hice la pregunta: “¿Y por qué no puedo hacer esto mismo con lo que disfruto tanto?”. Creo que soy buen lector porque he tratado de comprar tiempo libre no solo para escribir, sino sobre todo para leer. En ese sentido, sí puedo jactarme que debo de haber leído un poco más que mis contemporáneos. Naturalmente, porque he tenido más tiempo para hacerlo y, por supuesto, porque soy más pobre (risas). Me refiero a que he elegido el placer de la lectura antes que dedicar la mayor parte de mi tiempo a ganar dinero, como suele ocurrir con la mayoría de los mortales.

Alguna vez mencionaste que uno de los primeros libros que tuviste en tus manos fue Tom Sawyer, de Mark Twain. ¿Qué libros fueron importantes y resultaron un estímulo vital para seguir leyendo y luego para impulsarte a escribir?
Creo que los libros de la infancia que son claves comienzan por los cuentos de Las mil y una noches. Nunca voy a olvidar la fascinación que tuve cuando en mi primera infancia leí historias como las de Aladino o Alí Baba y los 40 ladrones, y todas esas historias que le contaba Scheherezade al sultán para evitar que la ajusticiara a la mañana siguiente. Otras lecturas cruciales, que nunca han dejado de fascinarme, fueron la de los poemas homéricos: La Ilíada y La Odisea. Mucha gente piensa que La Odisea es una precursora de la novela moderna por cuanto está orquestada alrededor del motivo del viaje y, sin duda, es interesantísima, pero no creo que La Ilíada lo sea menos. Mencionaste a Tom Sawyer, que disfruté mucho, pero Huckleberry Finn, también de Mark Twain, me parece superior. Son novelas maravillosas, sobre todo cuando uno es un adolescente. Hemingway decía que toda la novela norteamericana moderna descendía de Huck Finn y probablemente tenía razón. Desde luego, hay otras lecturas: Stevenson con obras tan cautivantes y decisivas para la literatura como La isla del tesoro y El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, en la que está presente el tema del doble y el de lo real y lo fantástico. Y, bueno, hay otros autores que ahora se me escapan, pero hay uno que fue muy importante en mi niñez, un libro que quizá ahora no se lee y que a mí siempre me pareció fascinante: El Robinson suizo, de Johann David Wyss, una obra que recomendaría a cualquier niño en el umbral de la adolescencia.

GuilleNino2¿Llegaste a detestar algún libro porque te lo hayan impuesto?
No recuerdo especialmente libros que detestara, solo libros que, tal vez en un primer momento, me resultaron difíciles, libros con los que no sintonizaba. No obstante, más adelante descubrí que sí tenían algo bueno, algo grande. Lo que ocurre es que todo depende del momento de tu vida en que abres un libro. Por ejemplo, al igual que con el Quijote, me pasó que a los veinte años pretendí leer el Ulises de Joyce y, por supuesto, me atasqué. Pasarían muchos años antes de que volviera a retomarlo y poder darme cuenta de que era una obra grande. Lo que ocurre es que para leer esta novela a cabalidad se necesita cierta experiencia, no solo de vida sino intelectual, que te permita entenderla y disfrutarla plenamente. Joyce es un monstruo.

Empezaste a escribir a los 15 años y, aunque no detallaste si lo primero que escribiste fue un cuento, quería saber si este primer paso en la escritura fue significativo, es decir, si te hizo pensar en la posibilidad de ser un escritor.
No comencé escribiendo cuentos. En la adolescencia me convertí en un apasionado lector de novelas. Recuerdo que en unas vacaciones leí La guerra y la paz, de Tolstói, y me quedé absolutamente fascinado. Tendría unos 15 años. Hasta ahora pienso que es la mejor novela que he leído, la mejor novela que existe. Era un faro que yo quería seguir. Yo quería escribir novelas, no quería escribir cuentos. Más bien, en esa época, curiosamente, me molestaba leer cuentos porque me entregaba al encanto de una historia y, a las pocas páginas, este se acababa, y me veía forzado –hablo de libros de cuentos- a salir abruptamente de un mundo que me había deslumbrado para arrancar de nuevo con una historia distinta. Por eso que los bestsellers son, por lo general, novelas muy largas, ya que el lector quiere evadirse de su realidad cotidiana y sumergirse en otro mundo durante mucho tiempo. En cambio, leer un libro de cuentos es casi como leer poesía. Son textos breves que te incitan a reflexionar entre uno y otro, lo que hace posible que, a partir de los retazos, reconstruyas el universo que el escritor ha intentado armar. Sin embargo, este es un efecto posterior.

La influencia de Hemingway en tu vida y obra ha sido muy importante, podríamos decir que eres hemingwayano en muchos aspectos. ¿A nivel literario qué reconoces de él en tus cuentos y acaso también en tu vida?
Bueno, Hemingway siempre fue para mí un modelo a seguir. Primero me interesó a nivel vital, porque era un tipo raro de escritor que no parecía escritor. O sea, no correspondía con la imagen que uno habitualmente se hace de un escritor como una persona encerrada entre cuatro paredes cargadas de libros. No, Hemingway era anti-intelectual, un hedonista, le gustaba vivir cada minuto intensamente y recogía sus experiencias de una manera muy sensorial, de tal modo que te hacía sentir como si estuvieras realmente en el lugar de los hechos. Su opción literaria era la de observar la realidad y no analizarla. sino presentarla ante el lector para que sea este quien sacara sus propias conclusiones. A mí me fascinó este hombre que era un aventurero a la vez que un artista, dueño de un lenguaje sencillo y económico –que se debe a su periodo de aprendizaje en el periodismo- capaz de llegar a cualquier lector.

CaballosGuillermoNino2Tu primer libro de cuentos, Caballos de medianoche, está dedicado a E.H., que es Ernest Hemingway y también a una misteriosa musa de las mismas iniciales. Hablemos de esos primeros cuentos, ¿hasta qué punto dirías que logras desprenderte del estilo de tu maestro?
En mis dos primeros libros hay una mayor deuda con Hemingway, con ese estilo conciso y elíptico, con historias que se articulan esencialmente sobre la base del diálogo. Sin embargo, en el tercero (Algo que nunca serás), me esforcé por encontrar otros derroteros. Por ejemplo, algo que ya había insinuado en algunos relatos anteriores, que era entrar en el territorio de lo fantástico, algo que, como tú sabes, Hemingway no practicaba. Él es un escritor muy realista, con mucho apego a lo objetivo, a lo verificable. Y a mí ahora me interesa mucho lo fantástico, vertiente que empieza a ser más recorrida en la literatura peruana de los últimos veinte años, lo que me parece un cambio saludable. En mis inicios sentía que estábamos dominados por la visión neorrealista de los años cincuenta y su epígono, Vargas Llosa, era un referente inevitable, una influencia muy poderosa que había que asimilar, pero de la que también había que alejarse para buscar otras sendas expresivas. En mi generación, todos queríamos escribir una novela equivalente a Conversación en La Catedral.

Otra presencia menos evidente en tus cuentos es la de Onetti, puesto que más que en la forma se trasluce en tus personajes. Estos son seres derrotistas y solitarios, algo con lo que también te identificas.
Onetti me parece grande por varias razones. Entre otras cosas, porque logró lo más difícil: depurar un estilo propio, único e inconfundible. Basta con leer unas frases de Onetti para saber que se trata de una obra suya. Por otra parte, me atrae la voluntad de Onetti por mostrar el lado oscuro del alma humana. Son preocupaciones que surgieron en mi temprana adolescencia –mi empatía con Raskolnikov fue tal que, después de leer Crimen y castigo, yo también quería matar a una prestamista y redimir a una prostituta-y que, cuando descubrí a Onetti, no se disiparon pero me hicieron sentir cierto alivio. Ya no era solo Dostoievski sino alguien más cercano a mi realidad cultural, como el escritor uruguayo, quien experimentaba un sentimiento oscuro acerca de la existencia similar al mío. Por tanto, era un narrador con el que podía identificarme y que me ayudaba a sentirme menos raro, menos excluido del mundo. No obstante, si bien me captó la visión sórdida de la vida que tenía Onetti, su estilo, que apreciaba por su fuerza y originalidad, denso y recargado, no era el que yo veía como modelo. Yo siempre preferí una prosa más sencilla y luminosa, casi transparente.

GuillermoNinoRibeyro¿Le tienes alguna deuda literaria a Ribeyro o es que más te ha marcado tu amistad con él, a quien, por cierto, llamas “mi viejo cómplice”?
Ribeyro es algo así como nuestro Maupassant. Es un hito no solo en las letras peruanas sino en el idioma español. Me da pena que se tardara tanto tiempo en situarlo en su justa dimensión. La fama le llegó tardíamente, cuando ya no podía disfrutarla, lo que parece corresponder a su sempiterna tentación del fracaso. Ribeyro es uno de los fundadores de la nueva narrativa peruana e hispanoamericana. Antes que Vargas Llosa, junto con compañeros de ruta como Enrique Congrains y Carlos Eduardo Zavaleta, nos descubrió que existían hondas diferencias entre los pobladores de una urbe que empezaba a crecer y a desbordarse. En ese sentido, la visión de Lima que da Ribeyro, con sus seres grises y derrotados, no ha perdido validez. La vemos todos los días, bajo la quimera de una aparente prosperidad económica. Julio Ramón, siempre tan escéptico y desencantado, supo percibir, más allá de las apariencias, la verdad de una realidad injusta e implacable, sobre todo en lo que respecta a aquellos “excluidos del tren de la vida”, a quienes dio voz y visibilidad. Ribeyro fue para mí más que un maestro: un amigo entrañable con el que pude compartir las grandes interrogantes que me atenazaban como escritor y como ser humano. Cuando por azar paso delante de su departamento en Barranco, siempre tengo la ilusión de verlo asomado al balcón. Julio sonríe y me hace una seña para que suba a tomar un copetín.

Ya has explicado en varias oportunidades que tus largos silencios narrativos obedecen solo al campo de la publicación y no porque hayas dejado de escribir. ¿Esto se mantiene inalterable hasta ahora? ¿No has dejado de escribir?
Pienso que habría escrito más si hubiera una industria editorial sólida y si sintiera que se me retribuye debidamente por mi trabajo. Por desgracia, no escribo novelas, lo cual ni siquiera me permite albergar la lejana de esperanza de poder alguna vez vivir de mis libros. Sé que es difícil, pero un buen novelista puede lograrlo si posee el tesón suficiente y tiene un golpe de suerte. Pero el cuentista, al igual que el poeta, está condenado de antemano a contar con un público más reducido. En mi caso, creo que escribo con una mentalidad que se acerca más a la del poeta. En buena cuenta, soy como un corredor de 100, 200 o hasta 400 metros planos. A mí me encantaría escribir novelas, pero no tengo el aliento necesario, me quedo a media carrera, exhausto y decepcionado por no poder llegar a la meta. Por supuesto, es una cuestión de visión, de concepción de la realidad. Soy consciente de que he publicado muy poco y con frecuencia me da vergüenza identificarme como escritor, ya que no he escrito lo suficiente. No obstante, al no depender de la escritura de ficción para vivir, puedo darme el lujo de espaciar mis publicaciones y de dar algo a la imprenta solo cuando estoy plenamente convencido de que lo que he escrito merece ser compartido. Por ello, lamento que algunos compañeros se vean urgidos a publicar un libro cada dos o tres años únicamente por mantenerse en el candelero o por exigencias editoriales. Por otra parte, también debo reconocer que a mí me cuesta mucho escribir. No ignoro que mi talento es limitado. De lo que se trata es de ser consciente de nuestras limitaciones y de sacarle el mayor provecho a lo poco que sabemos a hacer. Esto no es alarde de falsa modestia. No disfruto mucho escribiendo y, sin embargo, no sé hacer otra cosa. Tengo que hacerlo. No sé por qué, simplemente tengo que hacerlo, como si se me hubiera impuesto una condena por una falta inexplicable, lo que me abruma y desconcierta. Es por eso que, a quienes me apremian para que publique, les digo que mal haría en publicar obras medianas o discretas con las cuales no estuviera satisfecho. Esta sensación de insatisfacción nunca desaparece del todo. Nunca puedo releer algo que ya he publicado. Si lo hago, me provoca no solo corregirlo sino reescribirlo, pues siempre encuentro fallas, detalles que tal vez pasan por alto los lectores, pero yo no. Un escritor debe ser implacable consigo mismo. Ese es mi sino, mi esperanza y mi derrota.

GuillermoNino3¿Ser muy autoexigente no se ha vuelto un escollo y te ha convertido en un escritor que involuntariamente aborta algunos de sus textos?
La excesiva autocrítica puede ser muy frustrante y castradora. A mí me molesta un poco esa actitud porque ha habido periodos, y no estoy libre de ellos, en los que decepcionado por mi torpeza literaria reniego de la escritura y entro en etapas de infertilidad, de sequía que se prolongan indefinidamente y que me llevan a cierto extremo de desesperación. Para mí, la escritura no es un placer, es una necesidad. No es una actividad grata mientras la ejecuto. Colocar una frase sobre el papel es un acto de suma responsabilidad. Sé que para otros escritores es distinto, pero yo lo veo así. Es posible que encuentre cierto placer cuando la obra está acabada y entonces me pregunto y me maravillo de haber sido capaz de llegar a ese punto. Eso solo ocurre cuando tengo la impresión de que lo que leo parece haber sido escrito por otro. En ese instante se apodera de mí una ilusión de felicidad que, claro, no dura mucho. Lo cierto es que, durante el proceso, escribir se vuelve para mí un asunto muy engorroso, fastidioso, incluso doloroso. En esos momentos, me cuestiono fuertemente y me digo: ¿Por qué diablos persistes en hacer algo que tanto rechazo te suscita? Es una cosa de locos. Hay algo autodestructivo en ello y no sé cómo librarme de ese yugo. Bueno, sí sé. Paradójicamente, lo único que a la larga me libera y sosiega es justamente eso: escribir.

Muchos escritores y críticos sostienen que la novela es un género que lo abarca todo, que permite múltiples formas de experimentación ¿Un cuentista no anda un poco fuera de foco dentro de una narrativa contemporánea que se fija más en el entorno?
La novela, por definición, es un género abierto que lo permite casi todo. Y digo casi porque muchos escritores piensan que esa libertad les permite concebir obras que no son sino una suerte de collages narrativos, lo que no tiene nada de malo, aunque, a mi juicio, trascienden los marcos del género. En el cuento, las ataduras son más fuertes. El género breve es una modalidad más cerrada, con reglas más estrictas. Por supuesto, se puede experimentar. Hay muchos cuentistas que lo han hecho, como Cortázar, por ejemplo, y han conseguido soltar esas ataduras. Pero no sé hasta dónde más se puede llevar el cuento de lo que ya se ha logrado. Por lo demás, en la novela pienso que ya se agotaron las posibilidades con Joyce, Proust, Kafka, Woolf y Faulkner. Con los autores del “boom” latinoamericano se alcanzaron cotas increíbles en cuanto a desarrollo de nuevas propuestas. Tanto así que hoy no se nota mayor interés por intentar nuevas formas novelescas, por aplicar técnicas innovadoras. ¿Por qué? Porque todo eso ya se hizo y muy bien, además. En consecuencia, no cabe repetir lo mismo. Incluso, un escritor que ha revolucionado el arte de narrar como Vargas Llosa, sabe que ya no tiene sentido escribir una novela con las técnicas que empleó para La casa verde o Conversación en La Catedral, por ejemplo.

¿No has vuelto a intentar escribir una novela?
Sí, estoy en ello. Espero poder escribir una novela antes de morirme (risas). Si no, tendría remordimientos incluso después de muerto. Y no quiero arrastrar esa carga por toda la eternidad. Lo difícil es que el tiempo está, cada vez más, en mi contra. Y, a mi edad, el listón se encuentra muy alto. Si no escribo algo así como Bajo el volcán (una de mis novelas favoritas), entonces no vale la pena. Perdona la inmodestia. Aunque, fuera de bromas, si pudiera escribir al menos una buena novelita policial, me sentiría muy honrado.

 

BIBLIÓFILO, AMANTE DEL JAZZ Y CRÍTICO

GuillermoNino4Le pregunto por su rutina y dice que ha dejado de ser un noctámbulo y que prefiere las mañanas para escribir. «Me siento más despejado en las mañanas. Cuando era joven prefería las noches», afirma y agrega que por eso le molesta contestar el teléfono cuando esté concentrado en esa tarea. El jazz es otro de sus vicios. Alguna vez fue conductor de un programa radial de este género y se considera, como Cortázar, admirador de Charlie Parker, cuya canción favorita es Lover man. La afición a la lectura -cuenta- le viene de su abuelo materno Leopoldo Cortéz Conezzio, un periodista y gran lector también. «Había pocos libros en casa pero recuerdo que gracias a la edición que tenía mi papá de Por quién doblan las campanas descubrí a Hemingway. Lo bacán era que mi madre había estudiado artes plásticas y entonces había un clima que favorecía el culto de la literatura, del arte en general, y mi hermana mayor era bailarina de ballet clásico», relata Guillermo, cuyo padre por eso mismo no puso muchos reparos cuando le contó que quería estudiar Literatura.

Te has definido como un “bibliófilo incorregible”. ¿Qué libros que consideres valiosos hay en tu biblioteca?
Soy bibliófilo, pero no soy un coleccionista de libros antiguos ni de primeras ediciones. Por otra parte, siempre he pensado que hay tres niveles de devoción a los libros: el bibliófilo sería el primer nivel, en el sentido lato; luego vendría el bibliómano y, en tercer lugar, el bibliólatra, que es el caso más extremo, cuando el que padece esta enfermedad podría estar dispuesto a matar en su afán por hacerse de un libro codiciado. Yo soy bibliófilo, quizá un bibliómano (en las librerías suelo sentir una paz que otros encuentra en los templos). Por suerte, no tengo debilidad por libros antiguos ni por primeras ediciones, lo cual resulta un alivio para mi bolsillo, pero no puedo dejar de comprar libros. Compro más libros de los que puedo leer, lo cual es una estupidez. Sin embargo, no puedo dormir tranquilo sino poseo algún libro que he visto en una librería y que todavía no he comprado. Por esa razón, no solo no me gusta prestar libros sino que tampoco me gusta que me presten libros. Si leo un libro y me gusta, necesito poseerlo. Y no soy ladrón de libros. La culpa arruinaría el placer.

EntrevistaGuillermo¿Cuántos libros aproximadamente tiene tu biblioteca?
Mi biblioteca no tiene tantos volúmenes. Lo que pasa es que he hecho muchas cribas, pero tengo siete, ocho mil volúmenes. Es una biblioteca más o menos especializada, pues, hace muchos años me di cuenta de que no podía abarcarlo todo y decidí que tenía que concentrarme en determinados rubros, es decir, ya no podía acopiar libros de humanidades en general, ya fueran de historia o filosofía, sino que me limité a la ficción, el ensayo y las biografías literarias, literatura intimista (diarios, memorias, correspondencias, etc.), algunos libros de arte y sobre cine y jazz, y un poco de poesía y punto. No tengo más pero lo que tengo es bueno. En cuanto a autores peruanos, tengo todo lo que hay que leer o todo lo que había que leer por lo menos hasta los años ochenta. Después, por decisión personal, he desistido de intentar mantenerme al día. En lo que concierne a escritores latinoamericanos, no me limito a tener una o dos o tres obras de los más importantes, sino que trato de tener toda su bibliografía, así como poseo las obras completas de Pushkin, Gógol, Tolstói, Dostoievski, Turguéniev, Stendhal, Flaubert, Maupassant, Chéjov, Stevenson, Joyce, Kafka, Proust, Conrad, Faulkner, Hemingway, Musil, Broch, Bassani, Malraux, Céline, Gracq, Lowry y un largo etcétera. Cuando me gusta mucho un autor quiero contar con todos sus libros, incluyendo sus obras menores. La idea es, prácticamente, agotar su obra. En los últimos veinte años, no he tenido ese afán de coleccionista, me he contentado con elegir lo que me gusta. No sé cuáles serán los libros más valiosos que tengo, supongo que los dedicados por sus autores. Quizá lo más raro sea una edición pirata de cuentos de J. D. Salinger y el libro que escribió Vargas Llosa como autor fantasma. También atesoro una primera edición de los relatos de Hemingway, libro por el que un amigo me hizo padecer durante diez o doce años –yo quería comprárselo y él se negaba- hasta que, en un arrebato de generosidad, me lo regaló.

Mencionaba al inicio que eres un gran lector. ¿Cuántos libros lees al mes?
En una época trataba de leer un libro cada dos días, es decir un promedio de tres, quizá cuatro por semana. Ahora no puedo mantener el mismo ritmo porque tengo más encargos como periodista freelance. Escribo artículos para ocho, nueve publicaciones distintas, lo cual me toma bastante tiempo. Entonces, digamos mi lectura se ha reducido, con suerte, a unos dos o tres libros a la semana. Un detalle importante es que ya no estoy pendiente de la actualidad. Creo que de cada cinco libros que leo, solo uno o dos son de hoy. Hay tantos libros estupendos de otros tiempos que me interesan leer y que aguardan impacientes en mis estanterías. A veces me siento como un enófilo que baja a su cave para sacar un vino especial. Pero, en lugar de paladear un Burdeos de una cosecha privilegiada, elijo un Stevenson o un Conrad que todavía no he degustado y me siento en la gloria.

Aun así no es poco…
Si puedo leer tanto no es solo por haber desarrollado cierta habilidad, sino porque no tengo televisor. Hace unos diez o doce años tomé la decisión de prescindir de ese nefasto aparato. Sucede que ver televisión es una actividad fácil y pasiva, y me había enviciado. Me desvelaba hasta la madrugada viendo tonterías (¡y nada completo porque hacía un zapping compulsivo!). Y eso, además de arruinarme la salud, me quitaba tiempo para leer. Leer es una actividad más difícil, muy exigente, porque implica un mayor compromiso intelectual. Lo maravilloso de la lectura es que te conviertes en co-creador junto con el autor. Por tanto, es algo mucho más rico y fructífero que ver las imágenes que desfilan por una pantalla. Y eso que soy un cinéfilo incorregible. Pero, cuando quiero ver películas, voy al cine. Ver películas en un televisor es una aberración.

Si bien no te consideras un crítico literario en stricto sensu, ¿qué tan importante es esta faceta para ti, teniendo en cuenta tu prolífica producción de artículos sobre libros y autores?
A mí, a diferencia de otros escritores, me encanta escribir sobre literatura. Te aseguro que, por lo general, pongo tanto esfuerzo en redactar un artículo como el que me significa escribir un cuento. O sea, soy muy acucioso y trabajo cada frase con sumo esmero. Quizá por eso prefiero trabajar como freelance, porque, cuando era periodista de planta -trabajé siete años en la revista Oiga- me veía obligado a escribir una “prosa de prisa” para poder cumplir con el plazo del cierre. Felizmente, seguí el consejo del maestro Hemingway, quien advirtió que el periodismo era bueno para un escritor si es que este sabía dejarlo a tiempo. A mí me gusta tomarme mi tiempo, asimilar mis lecturas sin premura y atacar con cuidado un artículo, aun cuando se trate de una pieza de encargo. Me atrae mucho la idea de que, después de leerme, mi anónimo lector corra a la librería más cercana a procurarse el libro que acabo de comentar. En eso reside la finalidad de la crítica: ser capaz de contagiar a los lectores el entusiasmo que uno ha sentido con un determinado autor. Y, por cierto, la buena crítica no es solo intuición, análisis y buen gusto, sino un ejercicio de imaginación.

guillermoNino6¿Qué tan complicado es hacer una crítica de obras de narrativa peruana actual teniendo en cuenta nuestro mercado pequeño? ¿La amistad o la cercanía con un autor pueden llegar a condicionar una crítica?
Hace años que me propuse no escribir comentarios de libros de autores peruanos. Por un lado, quería evitar sospechas de compadrazgo y, por otro, sabía que criticar libros de gente que conozco podía restringir mi libertad de juicio. Por lo demás, no me considero un crítico ortodoxo, en el sentido de que un crítico debe ser capaz de leer, analizar y escribir tanto sobre lo que le gusta sobre lo que no le gusta. Y yo solo tiendo a comentar los libros que disfruto y que me estimulan. No pretendo ser un fiscalizador que dirima qué es lo bueno y qué es lo malo. Más que crítico literario, me siento un comentarista apasionado de libros, un cronista literario.

Pensaba en lo ocurrido con la primera novela de Jeremías Gamboa, en que la crítica estuvo dividida en dos bandos muy marcados.
En ese caso, admito que, por una vez, decidí saltarme mi propia regla de no escribir sobre autores peruanos porque la novela me apasionó, me conmovió profundamente. Y pensé que el hecho de que no fuera amigo del autor me daba pie para escribir sobre el libro con entera libertad. Me habían gustado muchos los cuentos de Punto de fuga e intuía que Contarlo todo era una apuesta mayor, muy arriesgada, una de esas novelas donde el escritor se deja el pellejo. De cualquier modo, creo que lo que me impulsó a comentarla fue la molestia que sentí al ver las reacciones de un sector del ambiente literario local, reacciones que me parecieron injustas sobre todo porque no provenían de los lectores sino de los propios colegas, del gremio de escritores. Me dio la impresión de que detrás de muchas de esas opiniones tan descalificadoras había cierta mezquindad, cierta envidia que impedía reconocer sus valores. Naturalmente, no es una novela que esté libre de fallos, pero es muy meritoria. Si uno hace un balance, resulta evidente que sus logros están muy por encima de sus defectos.

¿Cuánto de lo que se publica actualmente en la literatura peruana te parece rescatable? ¿Cuántos de estos libros podrían pasar la prueba del tiempo?
Para mí, el problema estriba en que se publican demasiados libros y no existe en los diarios y revistas espacio suficiente para el quehacer cultural ni interés de los editores por que los críticos ejerzan su función de manera constante. Justamente, cuando hay tanta producción, se hace imprescindible contar con críticos que orienten al lector y que lo ayuden a distinguir la paja del grano. La avalancha de libros y la ausencia de crítica impiden que nos mantengamos al día, al menos de una forma responsable. Cuántos libros hay que ni siquiera vemos en librerías porque, simplemente, no existe espacio suficiente para exhibirlos. Y, claro, tampoco son reseñados en los diarios. Cuánto me gustaría que hubiera críticos confiables a quienes seguir, como antes sucedía con José Miguel Oviedo y Abelardo Oquendo.

¿El peso de la figura de Mario Vargas Llosa en nuestra narrativa sigue siendo implacable? Lo digo porque permanentemente se anda buscando a un sucesor, ¿o es cuestión del marketing?
Creo que Mario Vargas Llosa es insuperable. Repetiré lo que dijo Yasunari Kawabata de Yukio Mishima: “Un talento como el suyo solo lo da la humanidad cada dos o tres siglos”. Yo lo considero un genio, un caso único e irrepetible en un país como el nuestro, donde tan difícil era surgir como escritor, más aún en los años cincuenta y sesenta. Sí, es probable que para algunos represente una sombra difícil de esquivar, pero creo que ese es un enfoque equivocado. No hay que juzgar su influencia como opresiva sino, por el contrario, como una experiencia liberadora. Después de todo, Vargas Llosa consiguió allanar el camino para los escritores de las generaciones siguientes. Gracias a sus esfuerzos, el mundo se ha percatado de que tenemos narradores, poetas y ensayistas de fuste, que no tienen nada que envidiarles a sus pares latinoamericanos y españoles. Por ello, hay que ver su obra como un faro, como un estímulo y no como un peso que vencer. Desde luego, ha puesto la valla muy alta, pero, de eso se trata, el escritor debe intentar ir más allá de sus propias limitaciones, asumiendo retos cada vez mayores.

GuillermoNinoEntrev3¿Y en poesía peruana cuál es el panorama actual?
Debemos examinar el asunto en términos de flujo y reflujo. El problema de la poesía peruana es que ha dado tantos y tan buenos autores (toda una pléyade de grandes voces, desde Eguren y Vallejo hasta las generaciones del 60 y del 70, pasando por la notable promoción del 50) que, más bien, debería extrañarnos que no hubiera un periodo de reflujo como el que se observa hoy. Eso no significa que no hayan surgido poetas interesantes en los últimos treinta años, aunque, ciertamente, no hay alguien que descolle en particular, alguien capaz de marcar nuevos derroteros. El último grande quizá fuera José Watanabe. En cualquier caso, no hay por qué preocuparse. La poesía peruana goza de buena salud y, con una tradición tan deslumbrante como la que tenemos, estoy seguro de que, en el momento menos pensado, irrumpirá una voz con la fuerza necesaria para cambiar el rumbo y llevarnos a otros territorios.

Sostienes que la literatura tiene para ti un “valor terapéutico”, ¿la escritura y la lectura se han convertido en un acto de autoayuda?
Sin duda, la creación literaria tiene un efecto catártico, eso es evidente. No obstante, en lo que a mí concierne, no podría decir que es un acto de autoayuda. Alguna vez intenté escribir un diario íntimo como una forma de autoayuda, pero el hecho es que (risas) nunca pude pasar de la tercera o cuarta entrada. No obstante, la escritura, si uno la practica con honestidad, se convierte en un mecanismo de liberación. Cuando uno escribe traslada al papel no solo aquellas cosas que nos complacen y entusiasman sino nuestro descontento y frustraciones, la queja y la rabia que experimentamos ante situaciones injustas de la condición humana que nos resistimos a aceptar. Yo lo que tengo claro es que escribir me ayuda a vivir, es decir, me ayuda a sacar la cabeza fuera del agua y a asimilar una vida que siempre me ha parecido terrible y salvaje. Sin el filtro de la escritura, la vida sería insoportable para mí. Escribir es una manera de rebelarse contra la muerte.

Cuando te pidieron que nombres tus aficiones mencionaste la literatura, el cine, el jazz, las mujeres, los toros y la cerveza. ¿Cuál es tu orden de prioridades?
(Risas) Lo de las mujeres y lo de la cerveza es una boutade, una broma para la galería. Lo más importante para mí es la literatura, el cine, el jazz y los toros, en ese orden.

¿Cuánto tendremos que esperar para poder tener entre manos un nuevo libro tuyo?
Este año probablemente publique un nuevo libro de cuentos, así como una colección de artículos y crónicas. Asimismo, a mediados de año debe salir una edición de aniversario por los 30 años de Caballos de medianoche. Es una edición no solo corregida sino que cuenta con un apéndice con críticas que aparecieron en su momento y un álbum con fotografías relacionadas con esa etapa. También incluye como bonus track una versión inicial de uno de los relatos que se caracteriza por un alarde experimental y que deseché para no romper el tono narrativo más clásico que imperaba en el libro. Como diría Cortázar, es un take, de acuerdo con su peculiar concepción del trabajo literario como ejecución de una pieza de jazz.

 

 

LOS CINCO + 1 LIBROS FAVORITOS DE GUILLERMO NIÑO DE GUZMÁN

[youtube width=»480″ height=»270″]https://www.youtube.com/watch?v=7RvNII_ELRA[/youtube]

1. En nuestro tiempo, de Ernest Hemingway.

2. La guerra y la paz, de Lev Tolstói

3. Rojo y negro, de Stendhal.

4. Tarás Bulba, de Nikolái Gogol.

5. Bajo el volcán, de Malcom Lowry.

Bonus track: Conversación en La Catedral, de Mario Vargas Llosa.

 

 



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