César Aira: “Estoy buscando formas literarias ajenas a la novela”

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Autor de más de 80 libros, la mayoría novelas entre ellas su célebre obra Cómo me hice monja. Ha transitado también por el ensayo y la crítica con un diccionario de autores latinoamericanos. Volvió al Perú después de cinco años para participar en el coloquio La autoficción en América Latina, organizado por la Pontificia Universidad Católica del Perú. En esta charla César Aira reflexiona sobre su obra, su estilo y cuestiona, entre otras cosas, que un escritor decida dejar de escribir.

 

 

Por Jaime Cabrera Junco
Fotos: André Agurto

Hay en la realidad situaciones descabelladas, absurdas e irónicas que le quitan a esta rigidez y solemnidad. Sin embargo el escritor argentino César Aira (Coronel Pringles, 1949) explora y explota sin límites estos matices. Sus personajes, meros instrumentos de la trama, escapan de lo cotidiano y viven experiencias fantásticas. Cómo explicar sino al científico-escritor que descubre la fórmula para clonar humanos y tiene en la mira al narrador mexicano Carlos Fuentes, o aquel sujeto a quien se le aparece un genio salido de una botella de leche y le ofrece convertirse en Pablo Picasso. Esta constante en su obra, esta permanente exploración casi infantil –por lo desbordante- distingue la obra del autor de Cómo me hice monja, El congreso de literatura, Cumpleaños, entre otras, y con quien conversamos durante su corta visita a Lima.

Definir su obra es un reto mayúsculo teniendo en cuenta no solo la cantidad de libros que ha publicado sino también la manera distinta que tiene usted de abordar cada nueva obra. «Todos mis libros son experimentos», afirma. ¿Cómo ve su obra en retrospectiva?
Muchas veces me preguntan por el conjunto de mi obra, y la gente que trabaja en una tesis me dice que no puede realizar una visión total porque siempre he estado probando cosas nuevas, distintas, quizás porque no sentía que me salieran tan bien. Quizás los escritores que tienen una autoestima más alta encuentran que han dado lo mejor de sí, que lo han hecho bien o lo siguen haciendo igual. En mi caso siempre he quedado insatisfecho y siempre he querido probar otras cosas, a ver si me salen mejor.

¿Y a pesar de esta variedad encuentra algún elemento que distingan su obra, algo propiamente airiano digamos?
(sonríe y mira sorprendido por el adjetivo «airiano») No, yo no, seguramente otros sí encuentran algo. Lo veo sobre todo cuando critican a algún joven escritor diciendo que es «airiano» (vuelve a sonreír)…y digo ¿qué será lo airiano? No sé…yo no puedo verlo y eso es algo que está en todos los folclores del mundo y ese famoso cuento danés del granjero que una noche de nevada siente ruidos en el patio de su granja y a la mañana siguiente se despierta y ve que ha sido una cigüeña que ha estado caminando y ha dibujado con sus huellas la silueta de una cigüeña y dice que quizás nosotros, con todos los actos incoherentes que hacemos a lo largo de nuestra vida, estamos también formando una figura que se verá después (alza las cejas y hace una pausa) de “esa cosa distinguida”, como decía Henry James de la muerte.

Si buscásemos rastrear el origen de ‘cómo se hizo escritor’, para parafrasear el título de una de sus novelas más populares, ¿a qué momento de su vida tendríamos que remontarnos?
Y…creo que casi todos los escritores nos hacemos escritores por haber sido lectores, por el gusto de leer que es algo que se despierta en la infancia o en la adolescencia y después ya no nos podemos desenganchar más. Muchos escritores, y no solo Borges, decimos que somos básicamente lectores. Escribimos para que nos dejen seguir leyendo tranquilos, porque leer es una actividad -sobre todo leer novelas y leer por placer- socialmente inútil y se la permiten los niños, los adolescentes, pero ya un adulto tiene que tener un justificativo para pasarse toda una tarde tirado en un sillón leyendo una novela. En cambio siendo escritor, uno dice «es mi oficio» y podemos leer tranquilos.

Hay dos autores que lo marcaron: Lautreamont y Borges. Sobre el poeta francés dijo que es el escritor de su vida, y que con Borges empezó a ver la literatura como arte. ¿La lectura de estos autores lo impulsó a escribir, a descubrir la escritura?
Empecé leyendo como todos los chicos libros de aventuras. Los de Salgari eran mis favoritos con Las aventuras de Sandokán y los tigres de la Malasia, pero esas lecturas iban directamente, como toda lectura de chico, al contenido, a identificarse con los piratas con los cowboys o con lo que sea. Con Borges, a quien leí a los 14 o 15 años ahí descubrí que había otro nivel, una cosa formal, algo más allá del mero contenido de la aventura, de la historia. En realidad otro autor que tuvo mucha importancia en mi adolescencia es un escritor que no podría ser más distinto de Borges: César Vallejo, de quien leí Trilce cuando tenía también 14 o 15 años, fue una revelación para mí de algo muy infantil, a los niños les gusta mucho las palabras que no entienden, las palabras difíciles. En Trilce, empezando por el título, todo ese libro es un enigma y allí descubrí y vi con apasionamiento cómo la literatura podía ser enigma, algo misterioso, algo en lo que costaba entrar. Borges es todo lo contrario, es cristalino, es un juego de la inteligencia; César Vallejo es pasión plástica del lenguaje.

AiraPost2Es curioso, ahora que menciona a Vallejo, un poeta de vanguardia, difícil de entender mientras que su estilo, su prosa, para ser más precisos, es transparente, como afirma usted
Sí, formalmente la lección de Borges fue esa claridad, esa elegancia formal tan británica. En mi caso también hay una necesidad, mi imaginación es bastante exuberante y si yo hiciera una escritura barroca, el barroquismo de la imaginación y el barroquismo de la escritura harían una suerte de masa incomprensible totalmente, así que necesito una prosa lo más clara, lo más limpia posible para poder dejar volar mi imaginación.

Cuando dice que con Borges empezó a ver la literatura como un arte, ¿quiere decir que esto lo llevó a decidirse a explorar la escritura?
Sí, al ver que no solo era contar una cosa sino que ese cuento debería tener ese juego de ideas, un juego intelectual que en Borges está tan bien hecho…muchas veces me preguntan cuando viajo al exterior “¿qué pasa con los escritores argentinos frente a la figura de Borges tan grande, no los aplastan?”. Para mí es todo lo contrario, es un estímulo y además tener una gran figura en un país es bueno en el sentido de que marca un nivel, un nivel alto, pone una línea a la que hay que responderle. Yo digo, «soy argentino como Borges y no puedo hacer el papelón de escribir tan mal, tengo que ponerme a su altura aunque nunca llegaré». Es muy bueno para una nación tener un escritor así.

¿Recuerda qué fue lo primero que escribió? ¿Fue un cuento o acaso un poema?
Sí, creo que empecé escribiendo poemas. Yo tuve una gran suerte de que en mi infancia y adolescencia, cuando empecé a querer definitivamente escribir, encontré en mi pueblo a un chico de mi edad que también quería ser escritor. Entonces nos apoyamos porque un escritor en un medio indiferente a la cultura, como era mi pueblo (Coronel Pringles), puede sentirse un poco aislado y puede entrar en un tono un tanto patológico lo suyo, pero al tener un gran amigo y los dos queríamos escribir, él siempre recuerda cuando le hacen una entrevista que yo le decía «tenés que leer a César Vallejo» (ríe y mira hacia el techo). Y los dos llegamos a ser escritores, él es Arturo Carrera, que es el poeta más conocido e influyente de la Argentina. Eso fue una gran suerte, un gran premio del destino tener un amigo allí.

¿Y en qué momento surge ese afán suyo por experimentar por crear algo distinto?
Creo que desde siempre. Antes yo decía que lo mío era experimental hasta que oí una frase de William Burroughs: «experimental es un experimento que salió mal». Es muy cierto porque si uno experimenta con algo si sale bien es un clásico, si sigue siendo experimental es que no funcionó. Así que ya no digo que lo que hago es experimental, y en realidad lo que queremos todos los escritores es escribir bien.

Inicialmente escribía historias de 200 páginas con mucho esfuerzo, aunque Moreira, su primer libro publicado en 1975 tiene 81 páginas. ¿Cómo fue encontrando este estilo de contar solo lo necesario o «traduciendo lo necesario» como dice el narrador de su novela El congreso de literatura?
Creo que se fue dando naturalmente. Si uno es honesto consigo mismo va encontrando la forma que más le conviene a la larga, e intenté escribir libros que parecieran novelas, pero por un lado fui encontrando que con 100 páginas podía contar el tipo de historias que se me ocurren a mí, que siempre son historias que tienen una vuelta ilógica y que entran perfectamente en estas páginas y también estuvo el hecho de que a medida que me fui haciendo más conocido los editores empezaron a aceptar mis caprichos.

Tanto así que llegó a publicar un «libro» de 9 páginas
Sí, porque tengo muchos contactos con pequeñas editoriales, que como hay en todas partes, y algunas incluso son unipersonales (sonríe levantando el dedo índice). Como me formé entre poetas, mis amigos de juventud eran poetas, me casé con una poeta, los poetas tienen esos libros delgaditos tan elegantes, siempre me pareció que esos libros gordos son un poco groseros…y sí, he llegado a batir récords con este libro de 9 páginas.

¿Y esta confluencia entre lo surrealista con lo hiperrealista presente en su obra cómo la encontró? ¿fue un juego de procedimiento?
Oh, sí…bueno, lo que pasa es que se me ocurren historias muy fantasiosas y justamente cuanto más fantasiosa la idea con más detalle hay que describirla. Cuando uno está escribiendo literatura realista dice «me subí a un ómnibus…», todo el mundo sabe lo que es un ómnibus y no hay necesidad de describirlo a diferencia de que «me subí a una cigüeña de platino», bueno a la cigüeña de platino hay que describirla con todo detalle y de allí viene ese hiperrealismo que ya está en los surrealistas. Pensemos en Dalí, por ejemplo, y sus objetos tan extraños como los elefantes con patas de mosquito o los relojes blandos, bueno con qué detalles los pinta ¿no?

Pero en este proceso usted siempre parte de un hecho real, cotidiano, incluso de algo que le ha pasado en su vida y luego viene lo sobrenatural y lo fantástico
Sí, lo sobrenatural y lo fantástico lo manejo con el mayor cuidado posible, como se suele decir, con pinzas porque me parece que la imaginación del lector puede llegar a saturarse muy pronto si uno sigue poniendo cosas extrañas y locas, hay que poner apenas esa gota de locura en medio de un panorama lo más reconocible posible para que haga efecto.

Y hay otro elemento presente en su obra que es el humor, o acaso mejor, la ironía. Lo paradójico es que usted afirma que el humor es peligroso en la literatura
Sí, porque el humor busca el efecto, creo que la literatura no tiene que buscar tan directamente el efecto. Tiene que dejar que en el lector haya efectos un tanto más indefinidos. El humor busca la risa y es peligroso en el sentido de que hay gente que no se ríe de un chiste y eso es tristísimo ¿no? (ríe).

 

 

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AiraPost3Aira tiene una manera particular de hablar. Su voz ligeramente nasal por momentos tiene una tonada que parece delatar un cansancio, pero no…ese es su estilo. Viste de manera sencilla: con una casa de buzo azul, una camiseta negra, un bluejean y zapatillas deportivas. A lo largo de la entrevista sonríe muchas veces sobre todo cuando comienza a detectar que hay algo de solemnidad en lo que está diciendo. Alguna vez dijo que no se propone hacer una obra seria, que lo suyo ha sido siempre una mezcla de cultura plebeya y alta cultura.

La crítica es muy positiva hacia su obra…
Un poco demasiado, digamos.

Y usted comentaba que quería encontrar críticas negativas o adversas…
No…no sé si estaba haciendo una coquetería. No, una crítica adversa puede doler, sobre todo si dicen la verdad, si dicen algo que uno ha estado sospechando. Pero, sí, me he vuelto una especie de favorito de la academia. Hay escritores mucho mejores que yo sobre los que no se escriben tesis, conmigo se escribe una tesis por semana creo. Pero es porque lo mío, esa mezcla de dibujo animado, juego, juego intelectual, juego con ideas filosóficas, da mucho material para que un estudiante, un profesor, escriba algo, otros escritores les pueden dar más trabajo.

Hay una crítica, sin embargo, que se le hace a su obra. En Revista de Libros, de España, por ejemplo afirman: «sus novelas tienen un principio prometedor, un ecuador desfalleciente, como si al propio autor, a la mitad, se desinteresara de su ejecución y su cierre general precipitado que poco tiene que ver con el planteamiento inicial». ¿Qué tan consciente es de esto?
(Aira sonríe mientras escucha la crítica) Sí, eso me lo han señalado muchas veces y he dicho que, efectivamente, se me ocurren otras ideas, quiero escribir pronto esto que estoy escribiendo y me apuro y lo termino de cualquier manera. No es del todo cierto, a veces sí lo he hecho y después me he arrepentido, a veces no. Una sola vez probé sistemáticamente hacer un buen final porque había escrito toda una novela y el final eran tres líneas: al protagonista le pisaba la cabeza un caballo y se moría. Punto. Fin. Entonces dije «esta vez lo voy a hacer bien, le voy hacer caso a mis críticos» y tomé esas tres líneas y escribí una pequeñita novelita sobre el caballo y el hombre y la puse de último capítulo, y todos me dijeron «por una vez lo hiciste bien» (ríe).

¿Y esta digresión o «desinterés» a la mitad de la historia es intencional?
No, a veces sí, aunque depende del simple hecho de que este juego de ideas que se me ha ocurrido se agota pronto, entonces tengo que alargar para darle un poco más de sustancia y luego incluyo otros episodios. He notado que los lectores en general no se molestan tanto de que haya un capítulo que no tenga nada que ver con el resto del libro, al contrario, a mí como me lector me gusta salir un poco de la trama, irme por las ramas y luego volver, no tiene nada de malo, sobre todo si ese irse por las ramas tiene algún interés en sí mismo.

«El personaje es un mal necesario para la clase de novelista que soy», dice usted. ¿Y qué clase de novelista es?
Bueno, no sé qué clase soy, pero lo que me importa es la historia, la fábula, y no la psicología de los personajes. Detesto la psicología, lo que llamo la miseria psicológica. Basta de psicología, suficiente con nosotros mismos.

Usted sostiene que el mérito de un artista debe ser crear nuevos paradigmas y, en ese proceso, afirma, que no siempre se escribe algo bueno. ¿Podría mencionar alguna novela que hay creado un paradigma nuevo y que no sea estrictamente buena?
Bueno, todas las grandes novelas…cuando Kafka escribe sus libros, sus relatos, crea algo nuevo. Cuando Proust, cuando Baudelaire descubre la modernidad, la poesía, todos los grandes, eso es lo verdaderamente difícil y lo que hace grande a un escritor: crear un nuevo paradigma de calidad. Es lo que la pasó con los Beatles porque son insuperables, no porque sean buenos -que lo son evidentemente- sino porque crearon algo, un paradigma de calidad con el que se midió y se sigue midiendo toda la música pop. Pasó con Shakespeare también.

Cumpleaños, este libro que escribió al cumplir los 50 años, ¿es su obra más autorreferencial, donde resume toda su arte poética?
Sí, no es una novela, es simplemente un libro de reflexiones sobre mi vida…porque para los hombres -aunque supongo que también a las mujeres- cumplir 50 años marca algo y yo descubrí a los 50 años que ignoraba cosas que sabían los niños de la escuela primaria, y entonces me preguntaba cuántas cosas ignoraré y tuve que replantearme lo que creía saber, lo que creía ser y lo pasé al plano de la literatura: ironías y juegos.

Entonces, como menciona en este libro «dejar de escribir es quedarse sin nada, como si echara abajo un puente por el que todavía no he cruzado»
¿Digo eso? Sí, yo no podría dejar de escribir… justamente ahora vi en los diarios que esta mujer a la que le dieron el Premio Nobel, Alice Munro, ha decidido dejar de escribir y creo que Philip Roth también dejó de escribir. Esa es una cosa muy occidental. Los pintores chinos seguían pintando no solo hasta muerte sino que decían que «a los 50 años empecé a saber manejar el pincel, a los 60 empecé a hacer buenos trazos y a los 100 calculo que voy a empezar a pintar realmente bien». Entonces, ¿cómo dejar de escribir? Creo que eso se debe a lo pesado que son los géneros literarios occidentales. Lo pesado que es escribir una novela, como esas novelas comerciales, la cantidad de energía que llevan, indudablemente hay que estar joven, con plena salud, pero me parece que eso es un defecto, deberíamos encontrar géneros más livianos donde pudiéramos llegar a la perfección a los 100 años.

Aunque la vitalidad se va con los años
Y eso es inevitable, por eso justamente que estoy buscando formas literarias totalmente ajenas a la novela que me parece totalmente oprimida, pesada, difícil…formas que se adapten al cansancio, a la falta de energía, que se pueda escribir una obra maestra haciendo una rayita en el papel. Pero es difícil.

 

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AiraPost4Hay otra faceta suya que aunque aparece en segundo plano es acaso tan importante como su obra de ficción. El Aira lector, el Aira crítico ha escrito un ensayo sobre la poeta Alejandra Pizarnik, de quien fue amigo cercano y a través de su texto –dijo- quiso quitar ese mito de la escritora angustiada y de “pequeña náufraga”. Es en su Diccionario de Autores Latinoamericanos Aira realiza una lectura crítica de la narrativa de la región y no se reserva ninguna crítica. Por ejemplo de Vargas Llosa afirma que su narrativa es “estrictamente realista”. Y de García Márquez, que no es de su gusto, sostiene que La hojarasca es un “ejercicio faulkneriano algo endeble”; y Cien años de soledad, un “colosal éxito de crítica y ventas”.

Usted afirma que «el mejor Cortázar es un mal Borges», que es un escritor de iniciación y que sus cuentos son buenas artesanías. ¿En Rayuela no reconoce un afán experimental al ofrecer posibilidades de lectura?
Me parece que ha envejecido mal esa novela que la leí apasionadamente, como todos los jóvenes de ese entonces cuando salió publicada. Me parece que hoy ha quedado como una especie de trasto de un esqueleto de dinosaurio en un museo, pero no quiero hablar mal de Cortázar porque hay tanta gente que lo quiere, hay tantos jóvenes que lo leen con gusto. Tenemos que aceptar los gustos distintos…

A usted le gustaba también de joven Cortázar, sobre todo sus cuentos.
Ah sí, sí…ahora escribí un pequeño ensayo sobre eso porque había un par de cuentos de Cortázar que leí cuando salieron en el 63 y 65. Uno era El perseguidor, basado en la vida de Charlie Parker, y el otro Reunión, un cuento que…(suspira y mira al techo) que expone la reunión en la Sierra Maestra del Che Guevara y Fidel Castro en plena guerrilla. Esos dos cuentos cuando los leí me parecieron la cumbre de la literatura, algo sublime, algo insuperable, casi como para desalentar la vocación de un joven porque ya estaba todo escrito. Bueno, los volví a leer 30 años después y los encontré tan increíblemente malos, tan ridículos, no podrían haber llegado a la imprenta porque son para reírse de lo malo que son. Entonces me preguntaba ¿tan estúpido era cuando chico? Creo que no, eso es lo que razono en este ensayo, puesto que Cortázar es el autor de iniciación ¿por qué encontraba tan buenos esos cuentos?, porque era lo que estaba en condiciones de escribir. Entonces veía plasmado, hecho, lo que quería escribir en ese momento. Ese es el secreto de la fascinación de los jóvenes con Cortázar.

Sobre Sabato ha dicho «ese señor perfectamente racional que juega al maldito». ¿No reconoce méritos en alguna de sus novelas?
No, no. Escribió una novela corta, en fin, de receta existencialista: El túnel, que sigue siendo legible y la siguen leyendo los chicos en los programas de literatura de los colegios, pero en realidad nosotros nunca lo tomamos en serio a Sabato. Hay todo un folclore de anécdotas cómicas de Sabato, por ejemplo como la de su contestador telefónico con un mensaje que decía: «esta es la casa de Ernesto Sabato en este momento no puedo atenderlo porque estoy muy angustiado…» (ríe) «deje su número y lo volveré a llamar cuando esté menos deprimido». Ciertas o no todas esas anécdotas que nos han hecho reír durante tantos años, para eso sirvió Sabato para darle un poco de alegría a la gente.

En su artículo La nueva escritura habla usted sobre el rendimiento decreciente o del supuesto agotamiento de la novela de tramas y personajes. Guillermo Martínez le responde y pregunta ¿cómo entonces explica lo que hicieron escritores como DH Lawrence, Nabokov, Henry Miller, Kafka y Camus, que sin salirse de la forma convencional crearon mundos novedosos?
Bueno, Kafka se salió de la forma convencional y de toda esa lista es el único escritor realmente bueno. No sé, no puedo polemizar porque siempre tiendo a darle la razón a los que piensan distinto que yo. Sí, puede ser, me reconozco muchas fallas intelectuales y en realidad hace mucho que no leo novelas convencionales, estoy muy alejado de ese mundo.

Sostiene que la literatura no tiene una función importante en la sociedad, ¿y el escritor?
No tiene ninguna.

¿Y entonces para qué publica libros?
Bueno, yo escribo porque me gusta y todos los que escribimos lo hacemos porque nos gusta o porque queremos ganar plata. En mi caso la plata no ha tenido importancia en el plano literario porque siempre viví de mi trabajo que no es escribir, pero uno escribe porque le gusta, ¿por qué se hacen cosas? ¿por qué se fuma marihuana o se anda en bicicleta? Son cosas que no tiene un peso realmente importante en la sociedad, por eso cuando se anima tanto a los jóvenes a que lean literatura yo me pregunto ¿estarán haciendo bien? ¿Los jóvenes no tendrían que ponerse a estudiar comercio, agricultura, cosas útiles? ¿Por qué poner a los chicos a leer novelas si es un vicio?

 

 

CINCO LIBROS RECOMENDADOS POR CÉSAR AIRA

1. Don Quijote de la Mancha, de Miguel de Cervantes.

2. Las obras completas de William Shakespeare.

3. Las Flores del mal, de Charles Baudelaire.

4. Los cantos de Maldoror, de Lautréamont.

5. El Aleph y Ficciones, de Jorge Luis Borges.

 

 



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