Algunas ideas en torno a «El héroe discreto»

Presentamos un exhaustivo análisis de la más reciente novela de Mario Vargas Llosa, la cual ha sido recibida por la crítica con comentarios elogiosos, mientras que algunos de los lectores del Nobel la consideran una obra menor dentro de su vasta bibliografía, que ofrece obras monumentales como La ciudad y los perros, Conversación en La Catedral y La guerra del fin del mundo. ¿Estamos ante una novela discreta?

 

 

 

Por Luis Rodríguez Pastor

UNA NOVELA ESPERADA

Desde hace cincuenta años, la aparición de los libros de Mario Vargas Llosa genera expectativa e interés por parte de la crítica y de un público cada vez mayor, en franco ascenso desde que ganó el Premio Nobel de Literatura, en octubre de 2010. En el caso de las novelas, el interés incrementa y las expectativas también. El héroe discreto llegó a las librerías el jueves 12 de setiembre de 2013, después de casi tres años de la aparición de El sueño del celta, lanzada el 3 de noviembre de 2010, menos de un mes después de que la Academia Sueca anuncie el otorgamiento del Premio Nobel a Mario Vargas Llosa. Esto significa que El héroe discreto es la primera novela que el autor peruano escribe luego de habérsele concedido el máximo galardón de las letras.

 

EL ORIGEN

En más de una entrevista, Vargas Llosa ha contado las motivaciones y estímulos que lo llevaron a escribir esta novela. El estímulo es mostrar un Perú próspero económicamente y las consecuencias negativas que esta prosperidad conlleva (como las mafias y la delincuencia), una idea que le daba vueltas en la cabeza desde hace varios años. El detonante fue un aviso en un periódico trujillano, en el que un transportista de esa ciudad anunciaba a unos extorsionadores su negativa a pagar los cupos que estos le exigían. Este fue el punto de partida. Poco después de empezar a escribir esa historia, surgirá la idea de alimentarla con otra ya conocida, y una vez consolidada esa dualidad, la estructura parece haberse mantenido fiel a las intenciones del autor, en el que tanto las principales líneas argumentales como el título se mantuvieron a lo largo del proceso creativo, y las explicaciones que Vargas Llosa da en distintas entrevista sobre de qué trata la novela son muy parecidas antes y después de su publicación.

Esta observación es importante si tomamos en cuenta cómo las intenciones de Vargas Llosa al comenzar a escribir una historia van variando en el camino, tanto en la historia en sí como en los nombres: es famoso el triple nombre de La ciudad y los perros (1963) (los otros dos fueron La morada del héroe y Los impostores); las adiciones que fueron demandando la primera historia de La casa verde (1966), cuyo punto de partida fueron los recuerdos al viaje de la selva que hizo Vargas Llosa en 1958 y al que se le colaron los nostálgicos recuerdos piuranos, derivando en una novela con dos escenarios protagónicos; el caso más resaltante tal vez sea el de Conversación en La Catedral (1969), cuya elaboración fue comentada por Vargas Llosa con varios años de anticipación—al menos desde 1964, cinco antes de su publicación— y fue variando de forma sustancial a lo largo de su creación, comenzando por su nombre original: El guardaespaldas.

Otros casos interesantes son el de Pantaleón y las visitadoras (1973), cuyo tono inicial era serio —como en las novelas anteriores— y en el que descubrió que sin humor esa historia no era verosímil (tanto que se volvió su novela más cómica); en el caso de La tía Julia y el escribidor (1977), el punto de partida fueron las radionovelas de Pedro Camacho, que conforme fueron aumentando alimentaron una sensación de irrealidad tal que Vargas Llosa buscó crear un contraste en una historia real (demasiado real), basada en un evento autobiográfico, su primer matrimonio; en El Paraíso en la otra esquina (2003), el estímulo inicial —el de escribir una historia basada en Flora Tristán— se amplió al conocer la historia de su nieto, Paul Gauguin, resultando de ello una historia con los dos personajes como protagonistas.

Por otro lado, desde mucho antes de sugerir la idea de una novela inspirada en un Perú económicamente próspero, Vargas Llosa ya había comentado más de una vez su interés por escribir una tercera parte de la historia de don Rigoberto, Lucrecia y Fonchito (las dos primeras son Elogio de la madrastra [1988] y Los cuadernos de don Rigoberto [1997]). Entiendo de alguna manera a El héroe discreto como esa continuación tantas veces anunciada; por supuesto, con condiciones muy diferentes a las dos entregas anteriores,comenzando con que está enmarcada dentro de otras historias principales, por lo que si bien sugiero que es una continuación de esas dos novelas, no es en ningún modo la tercera novela de la historia de don Rigoberto y Lucrecia.

 

ARGUMENTO Y PERSONAJES

PortadaElHeroeDiscretEl héroe discreto cuenta dos historias centrales: En primer lugar, la de Felícito Yanaqué, próspero empresario piurano, cincuentón, de origen humilde y hecho a sí mismo. Es dueño de la empresa de transportes Narihualá, la que funciona con orden y eficacia gracias a su vocación por el trabajo. Practica el Qi Gong, es un ferviente admirador de la intérprete criolla Cecilia Barraza y todas las decisiones importantes las consulta con Adelaida, una especie de adivina. Un día recibe una misteriosa carta en la que se le exige el pago de 500 dólares mensuales para «salvaguardar la integridad» de su empresa; Felícito no solo capta de inmediato el mensaje sino que se niega a pagarlos y publica un aviso en el que anuncia que no pagará un solo centavo. (A lo largo de la historia, resuena una y otra vez la lección que le dejó su fallecido padre: “Nunca te dejes pisotear por nadie”). Al recibir esa carta es que recurre a la policía, donde será atendido por el sargento Lituma; gracias a esta reaparición aparecerán también otros personajes piuranos conocidos. Felícito está casado, tiene dos hijos, y, desde hace unos años, una amante.

Del otro lado, está la historia de Ismael Carrera, otro próspero empresario, octogenario, viudo, tiene dos hijos y es dueño de una millonaria aseguradora. A diferencia de Yanaqué, Carrera es parte de la vieja burguesía de las páginas sociales, las apariencias y cuchicheos. Acaba de enviudar, y sus dos más grandes enemigos son sus hijos: Miki y Escobita. Lo único que ellos desean es que su padre muera para heredar toda su fortuna (estuvo a punto de morir, y fue en su lecho de casi-muerto que escuchó a sus hijos deseando su desaparición, sin que sepan que él estaba escuchándolos). Carrera les gana la disputa al casarse con su empleada doméstica, la discreta Armilda, vendiendo la empresa y entregándole todo su patrimonio a su nueva esposa; esto pondrá de vuelta y media no solo a sus hijos sino a sus cómplices, los testigos de su matrimonio: su fiel chofer, Narciso, y su amigo Rigoberto. Con la reaparición de don Rigoberto reaparecen los personajes que lo acompañaron en Elogio de la madrastra y Los cuadernos de don Rigoberto. A ellos se suman dos nuevos personajes que cobran relevancia: el liberal padre O’Donovan y el ubicuo Edilberto Torres. Torres aparecerá en una de las subhistorias ambientadas en Lima como el misterioso amigo de Fonchito, que aparece y desaparece y le llena la cabeza de ideas subidas de tono, lo que preocupa y enerva a Rigoberto.

 

UNA HISTORIA BINARIA

Es conocida la tendencia de Vargas Llosa de contar de dos a más historias en sus novelas. La máxima expresión de esta concepción la encontramos en las novelas de los años sesenta, La guerra del fin del mundo (1981) y La fiesta del Chivo (2000). Pero es la estructura binaria la más utilizada a lo largo de su trayectoria novelística: se manifestó de forma clara por primera vez en La tía Julia y el escribidor, en la que la historia de Varguitas, desarrollada en los capítulos impares, se alterna con las radionovelas de Pedro Camacho, desarrolladas en los capítulos pares. Una y otra dialogan, pero no llegan a chocar directamente. Otras novelas que tienen este tratamiento son Historia de Mayta (1984), en la que una historia se parte en dos —una ambientada en 1958 y la otra en 1983— y se entrecruzan, el pasado y el presente dialoga en un rico contrapunto; en El hablador (1987), la historia de Mascarita y la del mismo narrador (alter ego nada disimulado de Vargas Llosa, al igual que Historia de Mayta) se alternan con las historias contadas por el hablador; en Elogio de la madrastra, la historia de Fonchito, Lucrecia y don Rigoberto se alterna con los capítulos que parten de conocidas pinturas para aterrizar en las pasiones y pulsiones eróticas de la pareja; del mismo modo, El Paraíso en la otra esquina utiliza la estructura binaria de forma estricta: en los capítulos impares se cuenta la historia de Flora Tristán, y en los pares la de su nieto, Paul Gauguin. Estas historias nunca se tocan, pero sí se relacionan gracias a temas e impulsos de ambos protagonistas.

En El héroe discreto se retoma el patrón binario para contar la historia en veinte capítulos de similar extensión, tal como en La tía Julia y el escribidor. Por un lado, en los capítulos impares se cuenta la historia de Felícito Yanaqué y todo lo que con él viene: Piura, Lituma, los inconquistables y los demás personajes. Los capítulos pares cuentan la historia de Ismael Carrera, don Rigoberto y los demás mencionados, y están ambientados en su mayoría en Lima. Ambas historias se desarrollan independientemente; es solo hacia el final que se comprometen y se vuelven una sola.

 

ALGUNOS RETORNOS

FotoMvllPost3Una de las mayores expectativas depositada en esta novela respondía a la anunciada reaparición de viejos personajes de Vargas Llosa: Lituma, los inconquistables, el capitán Silva, don Rigoberto, Lucrecia, Fonchito y Justiniana reaparecen en esta novela.

Recordemos que Lituma es el personaje con más apariciones en toda la obra de Vargas Llosa: aparece en su primer libro, Los jefes (1959), La casa verde, La tía Julia y el escribidor, Historia de Mayta, ¿Quién mató a Palomino Molero?, Lituma en los andes (1993) y en la obra de teatro La Chunga (1986). (Puede ser discutible el que sea el mismo personaje en todos los casos, pero al menos es patente que hay un personaje llamado Lituma en todos esos casos). El capitán Silva hace lo propio —como teniente— en ¿Quién mató a Palomino Molero? Los inconquistables aparecen en La casa verde, ¿Quién mató a Palomino Molero? y La Chunga. Por su parte, don Rigoberto, Lucrecia, Fonchito y Justiniana (empleada de la familia) hacen de las suyas en Elogio de la madrastra y en Los cuadernos de don Rigoberto.

Tengo la sensación de que, salvo el capitán Silva y su ya conocida picardía y divertido ingenio, en todos los casos el regreso ha sido en vano. Por un lado, porque su trascendencia ha sido menor, como en el caso de los personajes piuranos: si bien Lituma tiene protagonismo y apariciones frecuentes, nada de lo que hace justifica su reaparición en vez de la creación de un personaje nuevo. En el caso de los inconquistables, su retorno no solo fue fantasmal sino ocioso, tan fugaz como innecesario. Al principio, el emotivo reencuentro entre José y Lituma y las evocaciones que hacían del Mono daban la impresión de que la historia piurana podría alimentarse por ese lado, mucho más aún cuando Lituma comenzó a sospechar que Josefino (el cuarto inconquistable) podría estar detrás de las extorsiones a Yanaqué. Todo esto desapareció poco después de aparecer y no fue más que un guiño, y hasta diría, una oportunidad perdida de darle un fascinante vuelco a la vieja historia de estos cuatro amigos.

Por el lado limeño, las reapariciones tampoco fueron alentadoras: la fuerza dramática de la historia de don Rigoberto, Lucrecia y Fonchito, sostenida con destreza en las dos novelas anteriores, en este caso no pasan de ser meras compañías de su historia eje, la de Ismael Carrera. En las dos novelas anteriores, la historia de los tres personajes siempre tuvo una atmósfera personal, cerrada, un erotismo tácito, un mundo creado a imagen y semejanza de sus fantasías, ambientada en una Lima que no aparece porque toda la riqueza de su historia ocurre entre cuatro paredes y sobre todo en la cabeza de estos personajes. En El héroe discreto, las alucinaciones eróticas casi no aparecen y todo lo anterior tampoco, dando la misma sensación de innecesaridad en sus reapariciones.

Más de una vez, Vargas Llosa ha explicado la reaparición de sus personajes a partir de su potencialidad, es decir, del sentir —porque es una pulsión, no es algo premeditado, según manifiesta— que estos personajes “están ahí” todavía y demandan, exigen reaparecer. En novelas anteriores, las reapariciones han enriquecido a los personajes: por ejemplo, un caso muy destacable es el de cómo los “primeros” inconquistables, en La casa verde, tienen un humor reprimido, deudores de un Vargas Llosa sartreano y solemne, y su reaparición, veinte años después, en ¿Quién mató a Palomino Molero? y sobre todo en La Chunga, explota con maestría ese humor irreverente, corrosivo y procaz digno de un grupo de bohemios como ellos: su reaparición se justifica y se le saca provecho, sin que dejen de ser lo que fueron en historias anteriores sino por el contrario explotando aquel potencial que aún conservan. El caso de Lituma en Lituma en los andes también es interesante: el personaje no solo cobra mayor protagonismo que en las novelas anteriores sino que ese piurano desclazado —con su perspectiva costeña y su incomprensión de los acontecimientos en Naccos y del conflicto armado interno— sirve como reflejo de la perspectiva racista costeña y polarizada según la cual costa-sierra/urbano-rural son incompatibles. Esta es otra reaparición plenamente explotada y que enriquece a un personaje que tuvo un desempeño interesante y que en este caso corona su valor. (No siempre esos retornos han sido afortunados: la reaparición de un personaje tan rico como Santiago Zavala, protagonista de Conversación  en la Catedral, en la obra de teatro Kathie y el hipopótamo [1983] pasa desapercibida y nunca se le recuerda por ella).

En el caso de El héroe discreto, todo lo rico que estos personajes (los piuranos y limeños) entregaron en novelas anteriores, en esta no es más que sombras.

 

UN NUEVO PERÚ

El héroe discreto refleja esa nueva visión que Vargas Llosa tiene de nuestro país, muestra un Perú inédito en su obra. Comparto la afirmación hecha por Alonso Cueto: “El héroe discreto es probablemente la más optimista de las novelas de Vargas Llosa”. De acuerdo con Cueto: al lado de ese Perú bullente de racismo de La ciudad y los perros; o del Perú víctima de una dictadura que inflige en las vidas de sus ciudadanos una mediocridad y una frustración que parecen congénitas en Conversación en La Catedral; o del Perú bélico, invadido y dividido por sendas tropas extranjeras de Historia de Mayta; el de la guerra fratricida y de una violencia espeluznante reflejada en Lituma en los andes; e incluso de aquel Perú víctima de complejos procesos sociales que acompañan la historia de amor de Travesuras de la niña mala (2006); El héroe discreto presenta ese Perú próspero que ve ahora Vargas Llosa, un Perú que nunca había visto antes y que nunca esperaba ver, con instituciones en proceso de consolidación, mayores consensos, del que celebra su desarrollo económico pero sin dejar de advertir las consecuencias negativas que este puede conllevar (al menos esa era la intención).

Las alusiones a ese Perú son innumerables a lo largo de la novela, tanto por las menciones explícitas de sus personajes —sobre todo los piuranos, pues su prosperidad económica es emergente, mientras que la de los personajes limeños arrastra una situación favorable que viene de generaciones anteriores, son los nietos de la república aristocrática— como por la aparición de centros comerciales, negocios, empresas y otros elementos que evidencian esa nueva situación económica.

 

UNA NOVELA EVOCATIVA

PostElHeroe3A lo largo de la novela se evidencia el profundo espíritu evocativo, emotivo, nostálgico, que ha sido plasmado por Vargas Llosa a lo largo del libro —no sé si de manera deliberada o no—, partiendo por la dedicatoria misma: a su amigo de toda la vida, Javier Silva Ruete, fallecido repentinamente en 2012. Su amistad se remonta precisamente a la primera estancia de Vargas Llosa en Piura, es decir, a 1946. Es Piura el otro gran factor de evocación del autor: Vargas Llosa afirma que la novela la ambientó en Piura —y no en Trujillo, donde ocurrió el hecho que conllevó a que escriba el relato— para sentirse más seguro, ya que conocía más ese espacio; pero, en una columna (“La desaparición de los piajenos”, Piedra de Toque, marzo de 2012), luego de una visita a Piura —justamente relacionada con el trabajo de la novela—, rememora una tras otra las cosas que fueron desapareciendo de la Piura en la que él vivió en dos momentos distintos: en 1946 y en 1952. De ella, solo queda el recuerdo. Es decir, esa nueva Piura también le es ajena, pero aun así ambientó esa historia ahí. Piura se impone como el espacio ideal, en el que se siente seguro y cómodo, en el que fue feliz cuando niño y joven y en el que se siente subjetivamente en confianza, Piura es su placebo. La aparición fugaz del personaje del poeta Joaquín Ramos —a quien recuerda en El pez en el agua y que aparece también fugazmente como personaje en ¿Quién mató a Palomino Molero?— es otra muestra inequívoca de esa nostalgia por su Piura; la reaparición de viejos personajes y alusiones a antiguos espacios y lugares, empolvados por el tiempo, dan fe de ello también.

Interpreto de la misma forma la tan sonada aparición de Cecilia Barraza en más de una página. Todos los elogios a la artista no son invenciones gratuitas sino que vienen de la real admiración de Vargas Llosa por la intérprete, que bien podría suscribir la mayoría de afirmaciones que de ella hace; ya anteriormente le ha atribuido a otro personaje la admiración por la intérprete criolla (me refiero a Ricardito Somocurcio, en Travesuras de la niña mala, en la que se refiere a Cecilia como su cantante favorita).(Esa admiración real llegó al punto de que Cecilia sea una de las sorpresas de cumpleaños el día que Vargas Llosa cumplió 70 años, en el que ella le cantó el vals Todos vuelven y el landó Cardo o ceniza). Considero que incluso la canción que le atribuye a Felícito haber escuchado en voz de Cecilia Barraza, Alma corazón y vida, es parte de esa mezcla de evocación de recuerdos muy personales del escritor, ya que en la realidad esa canción nunca ha sido grabada en estudio por Barraza y casualmente es la primera canción que Vargas Llosa aprendió, siendo muy niño.

Vargas Llosa ha hablado en más de una ocasión de cómo en un momento dado de la escritura de una novela, esta despega y el escritor se vuelve un peón al servicio de esta, se convierte en una esponja que está a disposición de la historia que está escribiendo y todo lo que ve, oye, siente, rememora, sirve para alimentar a esa novela en ciernes. En ese sentido, llama la atención la cantidad de guiños y apariciones de frases y lugares que evocan a experiencias vividas por el autor. Esto no es una novedad, obviamente, han sido y seguirán siendo un buen alimento para enriquecer las ficciones de un autor; pero en este caso específico, llama la atención lo reconocible que son algunas de estas frases y lugares, que responden a otros personajes reales o a las experiencias del propio Vargas Llosa.

Destacan, por ejemplo, las claras alusiones a su casa limeña, atribuidas a la vivienda de don Rigoberto (al que, por cierto, más de una vez se le ha querido emparentar como su alter ego),y la mención (como la de “un chifa”) de la casa en la que vivió en Piura en 1952, en la calle Tacna. También algunas frases, dichas en este caso por personajes de la novela pero atribuidas a personas reales, como “¡Viva la vida, carajo!”, dicha originalmente por el escritor Eleodoro Vargas Vicuña, según cuenta Vargas Llosa en El pez en el agua. Del mismo modo, la frase “Quitar el poto de la jeringa”, frase atribuida a Ismael Carrera, es una frase dicha por Luis Bedoya Reyes en alusión a Fernando Belaunde, según El pez en el agua también. Así como estas, hay otras frases, expresiones y guiños que enfatizan en esa sensación de emotividad encubierta a lo largo de la novela.

Es Piura el caso más especial de evocación a lo largo de toda su obra. Si bien fue Trujillo el detonante para escribirla, Piura apareció una vez más y se impuso. Se trata sin duda del espacio que mayor emotividad le genera a Vargas Llosa. Definitivamente, un tema para seguir explorando.

 

¿UNA NOVELA DISCRETA?

PostMVLL3La mayoría de comentaristas ha sido muy elogioso con la novela. Críticos como Ricardo González Vigil y Alonso Cueto han sido claramente laudatorios en sus reseñas; Guillermo Niño de Guzmán ha sido más cauto, aunque también la elogió; el comentario más pirotécnico fue sin duda el de Eduardo Lores, que la calificó como “espectacularmente entretenida”.

Lamento no compartir esas impresiones y debo confesar —sin pretender orientar esta crítica por zonas personales— que las partes que más disfruté son las relacionadas con Cecilia Barraza. Mi admiración por ella se asemeja a la de Felícito Yanaqué (sin las alucinaciones, por cierto), y disfruté y celebré que Vargas Llosa la encumbre de una forma que considero justa y necesaria, tratándose de una artista de gran valor y con la que tengo particular cariño.

Si bien la novela está contada con agilidad y precisión, los aspectos positivos son escasos, superados por otros que la opacan constantemente. Por lo demás, a pesar de sus valores, no he hallado en esta novela una digna representante de la obra de Vargas Llosa. Creo incluso que las intenciones más generales, como la de mostrar un Perú próspero acicateado por la delincuencia o las mafias (una premisa que puede encontrar un conflicto interesante) no aterriza a buen puerto ya que nunca vemos a mayor mafia que la que conforman los hijos de los protagonistas. Los extorsionadores de Yanaqué no son otros que su hijo mayor en complicidad de su amante (que también es amante del hijo, algo digno de una novela mexicana), y en el caso de Carrera los delincuentes son también sus hijos. No hay mafias, organizaciones criminales, redes de corrupción que generen un contraste entre la macroeconomía como creadora de grandes cosas positivas y a su vez de grandes cosas negativas. En la novela los conflictos suceden entre familiares y amantes, al margen de procesos sociales como son el crecimiento económico, los conflictos se justifican a través del egoísmo, la avaricia y la ambición de sus personajes, sentimientos que responden a líos personales y no a procesos socioeconómicos. Coincido en ese sentido con algunos comentarios que señalan las características telenovelescas de esta historia, y más propiamente la juzgan como un culebrón.

Mi otro gran reparo ya lo expuse líneas arriba y es el referente al regreso de los personajes. Creo que ha sido un maltrato innecesario y lamentable, ya que uno le tiene cariño a estos personajes y esta novela les ha hecho un flaco favor.

Quisiera terminar con un aspecto que ya ha sido destacado en otros comentarios y es el de la idea del “héroe discreto”, que la comparto plenamente. El héroe discreto en el que podríamos pensar es en primera instancia Felícito Yanaqué, que tiene un alto nivel de heroísmo al enfrentarse a aquello que él suponía una mafia de extorsionadores anteponiendo sus principios, en especial el dado por su padre; pero también lo es Ismael Carrera, que se enfrente al salvajismo de sus hijos y los desafía, tanto a él como al qué dirán de su entorno al casarse con su empleada, y lucha porque sus hijos no se salgan con la suya hasta el final de sus días; lo son también, en parte, Rigoberto y Narciso, que se comprometen y arriesgan por la amistad de Ismael. Me quedo al final de este recorrido con esa potente premisa, la de los héroes discretos que según Vargas Llosa son el sostén moral de un país, esos que hay por montones en todos lados, a los que nadie reconoce ni celebra, pero que son fieles a sus principios e ideales, contra viento y marea.

 

 

*Luis Rodríguez Pastor es autor del libro «Mario Vargas Llosa para jóvenes» (Estruendomudo, 2012). Pueden seguir sus artículos y comentarios en su página de Facebook.

 

 



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